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NO SÓLO EL STALINISMO TIENE SU «ESCUELA DE FALSIFICACIÓN»


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No sólo el stalinismo tiene su «escuela de falsificación»
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No sólo el stalinismo tiene su «escuela de falsificación»

La presentación en versión española de dos escritos de Amadeo Bordiga«Sobre la cuestión del parlamentarismo» (discurso al II Congreso de la Internacional Comunista en agosto de 1920) y «El principio democrático» (1922) – por los tipos de la Editorial «Etcétera», es un ejemplo de la desenvoltura que manifiesta la intelectualidad «de izquierda» al manejar la historia y, lo que es peor aún, la teoría. Y usamos el término «desenvoltura» por suma gentileza, dado que en realidad se trata de una falta total de escrúpulos o de un vulgar cinismo.

Comencemos con la historia. ¿Quién es Amadeo Bordiga? Respuesta del intelectual «de izquierda» llamado a prodigar su saber al público ignoro de la neodemocrática España:
«un militante del Partido Socialista Italiano (PSI)» que, «en vez de seguir el camino del parlamentarismo y la socialdemocracia, constituye (junto con Terracini, Mussolini u otros) una fracción de izquierda del PSI, adherida a la Internacional de Moscú en el Congreso de Bolonia» (p.3).
El ilustre intelectual «de izquierda» ignora que, cuando Bordiga fundó la Fracción Abstencionista (que después se llamó Comunista Abstencionista) del PSI, en el verano de 1918, Mussolini ya había sido expulsado del PSI desde hacia más de cuatro años por haberse pasado con armas y pertrechos en el otoño de 1914 al campo de los partidarios de la participación en la guerra, y que uno de los primeros en pedir su expulsión había sido precisamente Bordiga; que Terracini no adhirió jamás a la Fracción «bordiguiana», habiendo sido siempre, hasta el Congreso de Liorna, del grupo del «Ordine Nuevo»; y que, al Congreso de Bolonia el PSI llegó después de haberse adherido a la III Internacional, por lo cual en ese congreso no se planteó el problema de la «adhesión a Moscú» ni al Partido, ni a la Fracción: se trataba de un hecho consumado. Es cierto (pero es otra cuestión) que quedaba por establecer si la adhesión del PSI a la III Internacional fuese (y lo era por cierto para la Fracción), legítima o no.

¿Qué cosa «propugnó en su día», Amadeo Bordiga? Respuesta del «intelectual de izquierda»:
«una línea de sistema de soviets, o consejos de fábrica» (p.3).
La verdad histórica es que lo que caracteriza la batalla conducida en aquellos años por Bordiga, y lo que la distingue de toda otra en Occidente, es la reivindicación de la necesidad primaria del Partido Comunista: para él, como para Lenin, la capacidad de los Soviets de ser órganos revolucionarios - cosa que no son jamás por virtud intrínseca –, estaba subordinada a la constitución, la presencia operante y la influencia decisiva del Partido. Por otra parte, para Bordiga como para Lenin, los Consejos no tienen nada que ver con los «consejos de fábrica», ni se podían constituir en cualquier momento por un acto de voluntad o un decreto legislativo de aspirantes-arquitectos de un «nuevo orden», se llamasen Gramsci o Pannekoek: ellos requieren, para nacer, una coyuntura histórica bien precisa, y, para volverse uno de los instrumentos de la revolución comunista, el encuentro entre esa coyuntura y el órgano-guía, esto es, el partido de clase. En una sola página, el ilustre (pero anónimo) «intelectual de izquierda» ha logrado condensar por lo menos tres burradas enormes.

¿Cómo y por qué Amadeo Bordiga fue al II Congreso de Moscú? Respuesta del emérito «intelectual de izquierda»: concurrió como delegado de su Fracción «abstencionista y antiparlamentaria» para «distanciarse de la socialdemocracia y del parlamentarismo» (como hicieron también hasta 1921 el KAPD alemán y la CNT española). La historia responde: fueron la propia Fracción y el mismo Bordiga quienes proclamaron que lo que los distinguía no era el abstencionismo (a pesar de que el mismo, frente al PSI, fuese un óptimo «reactivo» para la constitución del Partido Comunista), sino la adhesión plena y total a los principios marxistas sobre cuya base había sido erigida la III Internacional. Precisamente porque compartía sin reserva alguna sus principios rigurosa mente marxistas, Bordiga podía al mismo tiempo disentir de Lenin sobre la cuestión táctica de la aplicación a los países de vieja democracia[1] del «parlamentarismo revolucionario» y permanecer en la Internacional: el KAPD y los anarquistas de la CNT española debían en vez abandonarla – y de hecho la abandonaron a inicios de 1921 – porque no compartían sus principios, incluso dejando de lado la cuestión táctica de la participación o no al parlamento «para destruir el parlamento». No por nada, al presentar sus tesis sobre el parlamentarismo al II Congreso, Bordiga tuvo cuidado en subrayar, teniendo en cuenta precisamente a los anarquistas, los sindicalistas revolucionarios y los «consejistas»:
«Dado que se ha reconocido que las tesis propuestas por mí se apoyan en principios puramente marxistas y no tienen nada que ver con los argumentos anarquistas y sindicalistas contra el parlamentarismo, espero que sean votadas solamente por los camaradas antiparlamentarios que las aceptan en bloque y en su espíritu, compartiendo las consideraciones marxistas que constituyen su base»[2].

¿Qué cosa sucedió en el Congreso de Liorna, en enero de 1921? Respuesta del «intelectual de izquierda»:
«Se constituye el Partido Comunista de Italia… Quienes, como Mussolini, procedían del PSI y eran al mismo tiempo antiparlamentarios y antimarxistas, constituyeron entonces el embrión de lo que poco después sería la marcha sobre Poma y la implantación de la barbarie fascista» (p. 4).
En realidad, Mussolini no había esperado hasta 1921 para constituir «los embriones» del esquadrismo negro: sus «fasci», que ya se habían formado en el curso de la guerra, tomaron forma explícita en la primavera de 1919, es decir, cinco años después que su fundador había dicho adiós al PSI y al… marxismo, y eran tan poco «antiparlamentarios», que se apresuraron a presentar sus bravos candidatos a las primeras elecciones de la posguerra. ¡«Intelectual de izquierda», infórmate al menos de lo que hablas!

¿En torno a qué, en 1921–1922, giró el desacuerdo entre Bordiga y la Internacional? Respuesta del «intelectual de izquierda»: fue sobre la
«negativa… por parte de Amadeo Bordiga de suscribir a las 21 condiciones de la táctica parlamentarista-sindicalista propugnada por Vladimir Lenin» (p. 8).
Responden los hechos históricos: existen sólo las 21 condiciones votadas en 1920 - y no en 1920–1921 – en el II Congreso, y eran tan poco «parlamentaristas-sindicalistas», que Bordiga no solo las votó sin reserva alguna, sino que contributó a reforzar su texto: la 21a. condición fue precisamente propuesta por él. Las mismas «indignaron» al KAPD, a los anarquistas españoles, a los anarcosindicalistas italianos y, obviamente, a los «maximalistas» de todos los países, porque eran centralistas y, digamos la palabra escandalosa, autoritarias: para Bordiga hubieran debido serlo de modo aun más explícito, es decir, excluir toda posibilidad de interpretación en un sentido federalista, localista y autonomista[3]. El cuerpo de tesis que las acompañaba – sobre el papel del partido comunista en la revolución proletaria, sobre las condiciones de constitución de los Soviets, sobre el trabajo en los parlamentos burgueses, sobre los sindicatos, sobre la cuestión nacional y colonial, etc. – debía, según Bordiga, ser aceptado o rechazado en bloque porque constituía la base mínima indispensable para que naciesen en todo el mundo partidos genuinamente revolucionarios y marxistas: los teóricos del «comunismo europeo» las rechazaron en bloque como… oportunistas. Para los actuales discípulos de aquéllos, las 21 condiciones fueron la «base del stalinismo que no tardaría en cristalizar», por cuanto, en su visión fundamentalmente idealista, stalinismo es sinónimo de autoritarismo y autoritarismo es sinónimo de contrarrevolución. Para Bordiga y para nosotros, al contrario, la contrarrevolución burguesa que tomó el nombre de Stalin encontró internacionalmente un terreno para su aplastante victoria, precisamente en una progresiva atenuación y, finalmente, deformación de los fundamentos del comunismo revolucionario condensadas en los documentos constitutivos de la III Internacional, y en primer lugar las tesis del II Congreso.

La «manzana de la discordia» entre nuestra corriente y el Comintern no fueron, pues, las 21 condiciones – en torno a las cuales no podía haber más que «concordia»: fueron aquellas soluciones tácticas, como el frente único político, el gobierno obrero (u obrero y campesino), etc., que los bolcheviques creyeron poder lanzar desde fines de 1921 sin causar daño a las finalidades revolucionarias propias, pero que, según nosotros, corrían el riesgo – independientemente de las intenciones de sus promotores – de volver menos nítidos y reconocibles los límites entre el partido de la revolución comunista y los partidos de la reforma del régimen burgués, y, por ende, de su conservación.

Las mentiras historiográficas (la última de las cuales afirma que Bordiga habría estado en el PCI hasta el fin de la II guerra mundial y sólo hubiera sido expulsado entonces, ¡cuando en realidad lo fue formalmente en 1930 y substancialmente desde 1926!) deben servir para demostrar la tesis, o el descubrimiento, que Bordiga ha sido
«al mismo tiempo el hombre de los grandes aciertos y de las grandes paradojas». (p. 3).
Estas «paradojas» se resumen en el hecho que, mientras «estaba firmemente convencido de que la revolución en Occidente iba a ser muy distinta en su desarrollo de la revolución rusa», permaneció no obstante
«fiel en su día al ¿Qué hacer? de Lenin y a la III Internacional de Moscú»,
es decir, no dio jamás el gusto al sedicente «comunismo europeo» de compartir sus ideas peregrinas sobre la manera (diferente del… Oriente) en que «el Occidente» hubiera debido hacer su revolución. Según Bordiga – y lo dijo en el discurso ya citado sobre las condiciones de admisión a la III Internacional[4] – in grandeza de los bolcheviques residía precisamente en el hecho que, en un país ampliamente precapitalista, ellos habían embocado, en función de la revolución proletaria mundial, la vía única de la revolución y de la dictadura proletarias, tomando el poder solos contra toda la variedad de los partidos obreros y campesinos ligados aún a los esquemas de una revolución puramente burguesa: según el KAPD, los consejistas holandeses, los shop stewards ingleses, etc., su revolución había sido, al contrario, solamente burguesa y campesina, y, precisamente porque ellos habían tenido que encabezar un campesinado «bárbaro» e inculto, habían estado obligados a imponer -¡escándalo entre todos los escándalos! – una dictadura de partido. Según Bordiga, esta era la gran enseñanza de los bolcheviques al Occidente impregnado de tradiciones y prejuicios democráticos; según los teóricos del »comunismo europeo», esta era su… culpa, porque en Occidente, donde no solo existen las bases objetivas del comunismo, sino además las masas están dotadas según ellos de una elevada conciencia de clase, el partido no es y no puede ser el órgano-guía de la revolución y de la dictadura (lo que significaría, ¡horror!, una «dictadura de los jefes»). Para ellos el partido no es más que el depositario de la pureza de la doctrina, el faro que ilumina y tiene constantemente alumbradas las conciencias: cuanto más, indica el camino que se debe seguir, no dirige las masas, y jamás «las representa» al timón del Estado obrero ni en la lucha titánica de preparación y realización de la conquista del poder[5].

Para Bordiga como para Lenin, en Occidente habría sido
«más fácil que en Rusia conservar el poder, pero inmensamente más difícil conquistarlo»:
más fácil, porque todas las condiciones materiales del pasaje a la economía socialista estaban presentes; más difícil, porque el proletariado debía allí no solo combatir contra un adversario que (además de estar provisto de un aparato represivo probado por el tiempo) estaba preparado por una experiencia secular a servirse de todo medio de seducción y corrupción para deshacerse de la amenaza revolucionaria, sino liberarse del peso subjetivo de costumbres, tradiciones c inercias legalitarias y democráticas. De ahí precisamente que la exigencia de un partido fuertemente centralizado en base a un programa y a una teoría inmutables, imprescindibles para estar en condiciones de pasar a la cabeza – no idealmente, sino físicamente – de la clase obrera y de todos los oprimidos, se impusiese a Bordiga con toda la decisión con que la habían reivindicado los bolcheviques, es más, con una decisión aún más inflexible. Al contrario, para los cultores del sedicente «comunismo europeo», el proletariado no tenía más que liberarse del poder extraño y «heterónomo» de los «jefes», de las «jerarquías», del partido (que implica los unos y las otras), para encontrar por sí mismo la vía de la revolución, para ejercer por sí mismo la dictadura. ¿Es necesario algo más para demostrar que, para Bordiga y para Lenin, la vía de la revolución es única, incluso si en un área histórico-geográfica puede todavía tener que realizar tareas económicas burguesas y en otra no, mientras que para los Gorter y Pannekoek la vía de la revolución, para el proletariado, es doble, y, en el área precapitalista, puede ser sólo una vía burguesa, por consiguiente (¡pero mirad un poco!) autoritaria y totalitaria? ¿Es necesario algo más para demostrar que la convergencia entre Bordiga y Lenin en la concepción del proceso revolucionario era total, al igual que era total la divergencia de sus críticos del «infantilismo de izquierda»? Y sin embargo, es necesario detenernos un poco más detenidamente sobre la cuestión.

• • •

Según la ideología kaapedista, la revolución sólo puede ser un proceso espontáneo de las masas, o no es una revolución sino una sumisión a una nueva Führerschaft, a una nueva dictadura de jefes. Así, Pannekoek (que es, junto con Gorter, el jefe… teórico del KAPD) calificaba la dictadura bolchevique de dictadura arbitraria de una «estrecha minoría revolucionaria» sobre las masas. Peor aún, una dictadura de
«su centro, una dictadura ejercida en el interior del propio partido.»

Ahora bien, como espontaneidad y conciencia son inseparables en las concepciones idealistas de la revolución (pues ¿cómo podrían las masas elegir y avanzar hasta el objetivo revolucionario si no son conscientes de ésta y de los caminos que conducen al mismo?), la revolución se vuelve una cuestión de conciencia, un problema espiritual: «¡hay que revolucionar al espíritu!», proclamaba ya en 1909 Hermann Gorter, a quien el Programa del KAPD, que tanto le gusta a «Etc.», hacia eco en 1920:
«el problema de la revolución alemana es el problema del desarrollo de la autoconciencia del proletariado alemán».
Por esto, para el KAPD,
«la revolución no es un asunto de partido» («Etc.», p. 6).

Pero, si es así, ¿para qué diablos sirve el
«nuevo «partido» comunista que ya no es un partido, pero que por primera vez es comunista» (citado por «Etc.», p. 6)?
Pannekoek nos contesta:
«difundir previamente en medio a las masas unos conocimientos claros, para que aparezcan en el seno de ellas elementos capaces, en los momentos cruciales de la política mundial, de saber qué hacer y juzgar la situación por sí mismos».
O sea, la función del partido es la de aconsejar, educar, iluminar; o, mejor, ayudar las masas a tomar conciencia de sí mismas, a descubrir por sí mismas la ciencia marxista. No se trata jamás – como nosotros hemos siempre reivindicado – de guiarlas como órgano de combate, de ejercer en su nombre el poder como arma de unificación de la revuelta proletaria instintiva en la dirección de un movimiento real del que el partido, en cuanto colectividad, tiene la conciencia. Y como estos falsos marxistas jamás podrán comprender, la clase sólo alcanza la conciencia de este movimiento real después de haber realizado la destrucción del capitalismo, lo que le permitirá emanciparse también de una servitud intelectual que, en todo caso, será la última cadena que se romperá.

Es pues una mentira monumental que nuestra Izquierda compartiría con el KAPD la misma ojeriza por el partido, los jefes, las jerarquías, el Estado, la dictadura. O sea, en otras palabras, el mismo repudio anarquista por la lucha política, repudio que «Etc.», si, comparte integralmente con Bakunin y sus hijos espirituales del KAPD, tanto que llama «crítica de la política» a su serie en la que nos ha incluido vilmente. Un título, hay que reconocerlo, muy bien elegido…

Pero como no se puede encontrar en ninguno de nuestros textos. (ni en nuestra acción) de entonces, como de hoy, la más mínima concesión a las ideas antimarxistas del KAPD, «Etc.», hace las más arrojadas piruetas y echa mano de los más infectos recursos para «probar» que, en el fondo, nosotros sólo hablábamos de todas aquellas cosas feas (sin duda para adular a Lenin…), pero pensábamos exactamente como el KAPD. El método utilizado para estas «comprobaciones» es de la peor matriz oportunista: aislar frases pescadas aquí y allí, inclusive en Marx, y hacerles decir lo que se hubiera querido que Bordiga dijera. El proceder de «Etc.» fuerza tan escandalosamente las cosas que su deshonestidad no pasará desapercibida al lector. Sólo señalaremos aquí algunos ejemplos de este método infame. En el inicio del punto 3 (p.6), «Etc.» intenta hacer que el análisis marxista del Estado democrático desarrollado en «El principio democrático» se vuelva negación anarquista del Estado, es decir, de la necesidad imprescindible del Estado abiertamente dictatorial del proletariado, al hacer preceder la citación de lo que es una definición del Estado, por la frasesita aparentemente ingenua:
«y sin embargo en estos mismos textos ataca duramente al Estado».

Tratando de demostrar siempre nuestro repudio al Esta do, «Etc.», comete una falsificación tan bestial que daría envidia al mismo José Stalin. Así, siempre en la incalificable p.6, «Etc.» dice que Bordiga
«critica en la URSS su ejército, policía, magistratura, burocracia… una jerarquía burocratizada de funcionarios» (los puntos suspensivos son de «Etc.»).
El lector que buscará en «El principio democrático» esta frase grave (grave porque sería la prueba de nuestra convergencia con los kaapedistas y otros anarquistas) no la encontrará.

Pero verá, si presta atención, que la primera parte de la citación (antes de los puntos suspensivos) se encuentra en un pasaje dónde se explica (¡ y no «se critica»!) la constitución histórica de las jerarquías organizadas de las diferentes clases dominantes, y cómo estas jerarquías son necesarias a todo Estado. No sólo no se trata, pues, de criticar a aquellas instituciones existentes en la URSS, sino que – lo que agrava la mentira de «Etc.» – el ejemplo de Estado que dábamos no era la URSS sino… el Estado de la época feudal (el pasaje se encuentra en la p. 24 de «Etc.»). En cuanto a la segunda parte de la citación (después de los puntos de suspensión), ella se encuentra seis páginas más adelante (p.30), ¡cuando se habla… de los sindicatos! Y si ahí el verbo «criticar» se aplica, el objeto de la crítica no es la dictadura bolchevique, sino los «jefes sindicales de derecha» que constituyen esta «jerarquía burocratizada de funcionarios» en los sindicatos (bajo el régimen democráticoburgués, por supuesto, como resulta evidente de la lectura del texto). Y no se los critica en el espíritu kaapedista (por ser « jefes» y constituir una «jerarquía»), sino por ser de derecha, por inmovilizar la organización en el campo estrictamente económico (tradeunionista, diría el Lenin del «¿Qué hacer?»), por ejercer
«una influencia extraproletaria y procedente, aunque no de forma oficial, de clases y poderes ajenos a la organización sindical»,
vale decir, de la pequeña burguesía y de la gran burguesía y su Estado. No hace falta comentar tan miserable afirmación.

Habiendo «probado» de manera tan irrefutable nuestra ojeriza kaapedista al Estado, «Etc.» pasa a hacer lo mismo en lo que respecta al partido. Y empieza de modo verdaderamente grotesco, contradiciéndose ridículamente (se diría que «Etc.» toma sus lectores por unos imbéciles, lo que es una prueba suplementaria de su propia estupidez). En efecto, «Etc.» escribe que
«cuando Bordiga habla de partido no es para contraponer parlamento a Consejos»,
y cita como prueba definitiva de esta absurda afirmación a un pasaje del discurso sobre el parlamentarismo donde Bordiga afirma claramente la total incompatibilidad entre Consejos y parlamento:
«el parlamentarismo burgués debe ser substituido por el sistema de los soviets» (traducción nuestra – n.d.r.).
Por otra parte, la función del partido no es
«contraponer parlamento a soviets»,
y no se trataba de esta función en el pasaje citado del discurso, sino de la cuestión de la toma del poder por el proletariado, la que
«comporta el cambio del aparato representativo» («Etc.» inserta el adjetivo «instantáneo» después de «cambio», para dar un sabor anarquista a las palabras de Bordiga, pero este adjetivo no existe en el original…).

«Etc.» sigue en su tentativa de vaciar nuestra reivindicación del partido de todo contenido marxista, pretendiendo que, al decir partido, Bordiga
«alude al movimiento comunista en todos sus aspectos (…), al movimiento real de la clase, al contenido de su programa» (p. 7).
O sea, pretende que para nosotros el partido no es más que lo que es para el KAPD: un movimiento de ideas al servicio de la revolución en los espíritus. Y la tremenda prueba en que apoya tal argumentación es la afirmación puramente marxista, que reivindicamos en «El principio democrático», de que
«la revolución no es un problema de formas de organización» (p.27).
De lo que «Etc.» «deduce» que renegamos
«tanto in forma-partido, como la forma-sindicato o la forma-consejo» (p.7).
No volveremos aquí sobre la concepción del partido que «Etc.» nos atribuye graciosamente: remitimos el lector n los textos ya citados, dónde la forma-partido (la única forma que es al mismo tiempo una fuerza) es vigorosamente reivindicada. Pero es útil detenernos, un poco en su artificiosa «deducción».

¿Qué sentido tiene la afirmación de que «la revolución no es un problema de formas de organización»? En realidad, esta tesis marxista está dirigida precisamente contra aquellos con quien «Etc.» intenta identificarnos: los inmediatistas de «ultraizquierda» tipo KAPD (con sus compadres italianos del «Ordine Nuevo»). Para éstos se trataba de inventar recetas y formas organizativas que tendrían la mágica virtud de ser revolucionarias en sí y por si, y que proporcionarían una garantía constitucional de que la voluntad de las masas sería respetada y traducida en actos. En este ansia de encontrar en determinadas formas organizativas (para el KAPD, como para Gramsci, estas formas eran los consejos de fábrica) tal garantía, los inmediatistas llegaban a elaborar una verdadera «doctrina constitucional» que fijaba minuciosamente el funcionamiento de estas organizaciones en sus más mínimos detalles.

Reduciendo así la revolución a una cuestión de formas de organización, estas teorías inmediatistas («infantilistas», decía Lenin) descartan, ellas sí, la forma-partido y la forma-Estado, estos des órganos indispensables de la revolución proletaria. Pero ¿cuándo y dónde la Izquierda ha sustentado este «constitucionalismo» de la revolución? ¿cuándo y dónde ha rechazado partido, sindicatos y soviets? y para los que creen en esta otra mentira de «Etc.» según la cual los textos de la Izquierda de la «fase 1917–1923» no serían representativos de nuestra corriente pues estarían maculados por el pecado original del «primer leninismo» (p. 6), indicamos, entre muchos textos, nuestro «Proyecto de Tesis para el III Congreso del PC de Italia» («Tesis de Lyon»), de 1926,[6], o «Los fundamentos del comunismo revolucionario»[7] escrito tres décadas más tarde. El lector verá que existe una perfecta continuidad en nuestras posiciones, por el simple hecho que ellas derivan rigurosamente de la doctrina marxista invariante.

Se verá ahí que, justamente por no hacer la más mínima concesión a esta concepción formalista, hacemos de la revolución una cuestión de forma-partido, que es la única que da a la revolución su contenido comunista, ya que sólo él posee tanto la conciencia de los fines y de las vías que llevan a ellos, como la voluntad
«que se expresa [y sólo se puede expresar] en la organización disciplinada y centralizada del partido [con sus jefes, jerarquías, funcionarios y hasta, si se quiere, su ‹burocracia›, ya que hay también que resolver los nada exaltantes problemas logísticos y administrativos]»[8].
Y la forma-partido es para nosotros una forma estructurada y definida muy precisamente, no un informe «movimiento» como para «Etc.»

Además, la revolución es también una cuestión de forma-soviet: porque el partido no podrá ejercer el poder dictatorial en nombre del proletariado (¡Dios nos libre y guarde!) sin un Estado que se apoye en la organización territorial de los proletarios en armas – y de ellos solos –, organización que ejecutará tanto la tarea de represión de las fuerzas contrarrevolucionarias, como las tareas de administración y transformación económica y social.

También es, por último, una cuestión de «forma-sindicato», porque el sindicato es la correa de transmisión insustituible del partido, es decir, el instrumento para la movilización revolucionaria de las amplias masas proletarias[9].

Pero – y aquí está el punto capital – la primacía entre todas las «formas» es atribuida al partido, sin el cual el proletariado no posee un movimiento histórico propio, y que es el único en poder dar a los soviets, a los sindicatos, y a las demás formas intermediarias de organización del proletariado, un contenido revolucionario. Sin la acción del partido en su seno y su dirección sobre ellas, estas formas desaparecen o caen en las manos de las fuerzas contrarrevolucionarias (de la burguesía o de sus lacayos reformistas).

• • •

¿Significa acaso todo esto que el Occidente proletario y comunista tuviese sólo que aprender del Oriente proletario y bolchevique, sin dar a la organización revolucionaria internacional, y por ende también a Rusia, ningún aporte?

Al contrario. Precisamente porque se habían enfrentado desde hacía un siglo con la democracia burguesa y sus múltiples en gañes, los partidos occidentales, si hubiesen sido verdadera mente comunistas, hubieran podido y debido dar una contribución de enorme importancia para la definición de normas tácticas más directas, más rígidas, menos indefinidas, tales de «erigir barricadas insuperables contra los socialdemócratas», y así despejar el camino a la revolución puramente comunista, como lo había pedido Bordiga al II Congreso del Comintern. Habrían podido y debido «restituir a Rusia al menos una parte de la deuda que tenían para con ella» apuntando directamente y sin vacilaciones hacia la estrella pelar de la revolución, con la firme conciencia, por otra parte, de que sólo así la victoria proletaria de Octubre sería salvada[10]. No lo hicieron los «disidentes» del sedicente «comunismo europeo», que terminaron todos, por otros caminos, en el seno de la misma socialdemocracia contra la que tronaban en 1920–1921, pretendiendo que Lenin y los bolcheviques habían caído a su nivel, y que sólo liberándose de su dirección la revolución proletaria habría triunfado en Europa.

Con la firme convicción de que era necesario, después del desastre de la contrarrevolución, tornar a las bases de partida de la Internacional Comunista, Amadeo Bordiga dedicó los últimos veinticinco años de su vida no a especulaciones académicas sobre la «Gemeinwesen» o a estudios histórico-económicos Shri-Lanka (cuestión que no abordó jamás ni siquiera de pasada), sino a la dura obra de la reconstrucción del «nervio de la revolución», el partido de clase, pequeño y exento de influencia a corto plazo,
«pero no indigno de insertarse en la misma línea del partido histórico»
precisamente porque está decidido a retomar el hilo roto que, a través la Internacional Comunista reconstituida, une el miserable presente al glorioso pasado de Marx, de Engels, del «Manifiesto de los Comunistas»; a retomarlo integralmente, y a completarlo con el balance histórico no sólo de las victorias, sino también y sobre todo de las derrotas, no sólo de las tácticas justas, sino también de aquellas cuya insuficiencia o, directamente, su resultado negativo, ha sido demostrado por la historia misma. Que los chantres exangües del «comunismo europeo» se atengan a su fantasma de una revolución acéfala. ¡Para que la revolución y la dictadura proletarias triunfen en todo el mundo, nosotros reivindicamos su cabeza: el partido!

Notes:
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  1. De hecho, en el punto 6 de las «Tesis de la Fracción Abstencionista sobre el parlamentarismo», está dicho explícitamente que la intervención en las elecciones y en el parlamento está plenamente justificada «en los países en los que una revolución burguesa está aún en curso y crea nuevas instituciones» (Cf. «Storia della Sinistra Comunista» II, p. 700). Además, en cuanto a la precisión histórica, ¿es necesario recordar que en el II Congreso el relator sobre la táctica parlamentaria no fue Zinoviev, sino Bujarin? [⤒]

  2. «Protokoll des II. Kongresses der Kommunistischen Internationale», p. 457. [⤒]

  3. Léase su discurso al II Congreso sobre las condiciones de admisión a la Internacional Comunista, «Protokoll des II. Kongresses der Kommunistischen Internationale», p. 282–286. «Storia della Sinistra Comunista» II, p. 690–692, y «Programme Communiste» № 43–44, pp. 106–109. [⤒]

  4. Cf. «Storia della Sinistra Comunista», II, pp. 690–691. [⤒]

  5. Este es el tenia de «Partido y clase», un texto de 1921 escrito por Bordiga, del que «El principio democrático» no es más que el desarrollo. Cf. «Partido y clase», Ed. Programme, pp. 45–55 y pp. 77–102. [⤒]

  6. Cf. «In difesa della continuità del programa comunista», pp. 91–123, o «Défense de la continuité du programme communiste», pp. 106–146, Ed. Programme. [⤒]

  7. Ed. Programme. [⤒]

  8. «Tesis de Roma» (1922), I, 2, reproducidas en «El Programa Comunista», № 26. [⤒]

  9. El lector puede remitirse al articulo «Marxismo y cuestión sindical», «El Programa Comunista», № 25, pp. 20–55. [⤒]

  10. Es obvio que, según el KAPD de 1920–21, al igual que la revolución de Octubre había sido una revolución puramente burguesa, así la NEP («decretada» en 1921, no en 1923 como lo escribe el eximio «intelectual de izquierda») era un «retorno al capitalismo» (p. 3). Esta teoría para la cual se pasa o se retorna de un modo de producción a otro por decisión de un individuo o de un partido, es tan digna del materialismo dialéctico como la teoría de la «banda de los cuatro». La Rusia revolucionaria no podía «retornar» a un capitalismo del cual, en el terreno económico, no había salido jamás, ni hubiera jamás estado en condiciones de salir sin la revolución proletaria en Europa. La NEP no fue más que el reconocimiento por parte de Lenin del hecho que, al tardar la revolución mundial, el poder proletario debía plegarse a la necesidad desagradable de «administrar» al paso de la economía rusa al pleno capitalismo, a la espera de poder dar el salto al comunismo junto a los proletarios de los otros países. ¡Debía hacerlo, y fuimos los primeros en reconocerlo! [⤒]


Source: «El Programa Comunista», № 30, Marzo-Mayo de 1979, pp. 78–88

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