La huelga de la UPS demuestra que es posible rechazar la "flexibilidad" laboral
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LA HUELGA DE LA UPS DEMUESTRA QUE ES POSIBLE RECHAZAR LA «FLEXIBILIDAD» LABORAL
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La huelga de la UPS demuestra que es posible rechazar la «flexibilidad» laboral
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La huelga de la UPS demuestra que es posible rechazar la «flexibilidad» laboral
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La victoriosa lucha sindical que se ha desarrollado en Estados Unidos entre los trabajadores de la United Parcel Service y la empresa, especializada en envíos de todo tipo, a pesar de haber sido menospreciada por la prensa (lo cual no es para sorprenderse), no es un acontecimiento sin importancia, ya que ha sido una lucha que, para variar, va a terminar bien para los trabajadores. En realidad la huelga, y la victoria, marcan una reanudación de la combatividad de la clase obrera americana, después de al menos quince años de derrotas, de empeoramiento de las condiciones de vida y de humillaciones.

La importancia de la lucha se debe tanto a las dimensiones y difusión de la empresa (338.000 empleados en todo el mundo, 300.000 en USA, que transportan el 80% de todos los paquetes del país) como a la naturaleza de las reivindicaciones. Al vencimiento del Convenio la UPS, que en 1996 ha tenido unos beneficios netos de 1.150 millones de dólares, comenzó el ataque: un convenio para siete años, fuerte aumento del trabajo a tiempo parcial, incentivos a los empleados para que se hagan «accionistas», aumento del porcentaje de contratas y subcontratas, control del sustancioso fondo de pensiones gestionado hasta ahora por el sindicato International Brotherhood of Teamsters (IBT). Ofrecía a cambio el miserable aumento de 90 centavos la hora, escalonado en siete años; esto para los empleados con jornada completa, para los de tiempo parcial nada.

Esto no es casual, ya que estos últimos se han multiplicado en los años recientes, y ahora representan el 60% de la fuerza de trabajo, incluso si más de 10.000 trabajan más de 35 horas semanales. Desde 1982 su paga inicial está fijada en 8 dólares la hora, y llega a un máximo de 11, mientras que el empleado con jornada completa obtiene 20 de media.

El trabajo es masacrante: recientemente el peso mínimo por bulto se ha duplicado hasta 70 kg. aproximadamente; los turnos son a todas las horas: los trabajadores con jornada completa pueden trabajar un máximo de 9 horas y media, pero los part-time, estos modernos parias, pueden ser obligados a trabajar durante 17 horas consecutivas con sólo diez minutos de descanso. No puede mejorar su situación ya que no existen esperanzas de obtener la jornada completa. Así el recambio anual de estos trabajadores de segunda clase es del 400%. Por otra parte, más allá de las leyendas difundidas por la empresa, no se trata ya de estudiantes que reúnen dinero para las vacaciones, sino de padres y madres de familia que deben simplemente trabajar a toda costa para sobrevivir en una sociedad cada vez más dura y despiadada.

Los trabajadores con jornada completa no están mucho mejor: incluso si el salario es menos miserable, verse rodeados cada vez más de estos trabajadores a bajo precio les hace temer por su propio futuro, a pesar de las afirmaciones de los patronos. Por otro lado, también ellos sufren una tremenda intensificación del trabajo: a través de una radio la dirección sabe en todo momento donde se encuentran con el furgón y si están cumpliendo el tiempo prescrito, tiempos que cada vez son más reducidos, y peligrosos, dado el aumento de accidentes de tráfico.

Así el 15 de julio el 95% de los empleados pertenecientes a la IBT, el sindicato con mayor implantación, ha votado a favor de la huelga, y 20 días después la ha convocado, aprobando el abandono del trabajo por parte de 186.000 trabajadores. El choque ha sido duro, ha durado 15 días, en los cuales la UPS ha intentado resistir por todos los medios. Pero los trabajadores estaban unidos, los esquiroles eran escasos, y en general los trabajadores americanos han mostrado siempre solidaridad con los huelguistas, a pesar de que la prensa les echase mierda encima. Incluso los pilotos de los aviones de UPS han colaborado con los huelguistas, de cara a su probable lucha en los próximos meses, mientras la AFL-CIO, la potente federación sindical de USA, ha debido poner a disposición de la IBT unos 10 millones de dólares a la semana para mantener la huelga.

El intento de hacer intervenir a Clinton para obligarles a volver al trabajo no fue posible, probablemente porque el Presidente es bastante astuto como para comprender cuándo es posible intervenir y cuándo conviene evitar ser un figurón. Esto lo demuestra su intervención, sólo

pocos días después, para bloquear una lucha de ferroviarios de la Amtrak.

Así la UPS ha tenido que negociar, para cerrar la cuestión antes de que los daños fuesen demasiado graves e irremediables; en la mesa, ante el enviado de Clinton, los negociadores han parido un acuerdo que, aun no siendo el Nirvana para los trabajadores, representa siempre una victoria, sobre todo respecto a las pretensiones iniciales de la UPS y para el clima general que se respira también en los Estados Unidos. Serán asumidos con jornada completa 10.000 trabajadores que actualmente lo son a tiempo parcial, los que trabajaban más de 35 horas semanales, por tanto se trata más de una adecuación salarial que de nuevas admisiones; los aumentos salariales serán de 3,10 dólares para la jornada completa y de 4,10 para los que trabajan a tiempo parcial: puede parecer mucho, pero escalonado en 5 años, se reduce a un aumento del 2,9% anual, que corresponde más o menos a la tasa de inflación prevista, el fondo de pensiones continuará, potenciado, en manos del sindicato: ciertamente, mejor que gestionado por los patronos, sin embargo las garantías no son fabulosas, visto que el gestor es un sindicato de tradición gansteril y que se trata de cifras inmensas; la duración del convenio será de 5 años, una clara victoria de los patronos, que quieren poder contar con una fuerza de trabajo tranquila para el mayor tiempo posible, cualesquiera que sean las vicisitudes del coste de la vida.

El sindicato no ha podido evitar la huelga, ni la «vieja guardia» de la IBT (ligada abiertamente a la patronal y por ello subvencionada), ni la «izquierda sindical» del mismo sindicato, la Teamsters for a Democratic Union (TDU); para entendernos, la primera gang es dirigida por Jimmy Hoffa Jr., la segunda por Ron Carey, el «triunfador» de esta huelga (al menos como tal le gusta aparentar). Las dos bandas, naturalmente, se hacen la guerra y Hoffa querría desplazar a Carey del cargo de presidente de la IBT, incluso con medios poco ortodoxos. Pero ante la clase en movimiento, es obvio, el litigio se suspende por los intereses superiores de la clase representada: la burguesía. Así, en febrero de 1994, para no ir más lejos, en ocasión de otra huelga de la UPS, mientras el «democrático» Carey actuaba para hacer cesar la huelga diez horas después de iniciarse, la «vieja guardia» estaba ya dispuesta a organizar el esquirolaje. Una venta similar tuvo lugar dos meses más tarde, cuando la IBT abandonó a su suerte a 70.000 trabajadores del transporte y portuarios después de tres semanas de huelga y tras haber sido estos machacados y arrestados por defender sus piquetes.

Ahora la IBT se encuentra en sus manos con una victoria inesperada, que intenta hacerla aparecer como un éxito personal de Ron Carey: para estos señores no se trata sólo de poder personal sino de la gestión de enormes sumas de dinero, para tener peso también en política. Por ejemplo, parece que el apoyo dado a Clinton en la campaña electoral ha tenido bastante peso sobre su actitud en los acontecimientos. En todo esto la clase obrera, los trabajadores de todo tipo, son solo los instrumentos a controlar.

Pero para los trabajadores de la UPS, y para toda la clase obrera americana, este éxito va más allá de las ventajas, escasas, obtenidas por el convenio: representa una inversión en la carrera descendente de las suertes del movimiento obrero. Esta se inicia en los años 50 y se acelera tras el 1981, cuando el presidente Reagan despidió a 11.000 empleados controladores del tráfico aéreo en huelga. El número de huelgas con 1.000 o más huelguistas, descendió de 187 en 1980 a 96 en 1982, hasta llegar a 37 en 1996. Esta derrota se había convertido en el fantasma con el que la patronal y los sindicatos abortaban las luchas o las hacían terminar rápidamente. Así, las inscripciones al sindicato, siempre bajas, si bien en 1973 todavía eran del 24% de los trabajadores, habían descendido en 1996 al mínimo del 14,5%, y en el sector privado no superaban el 10%.

La situación de los sindicatos en Estados Unidos refleja las condiciones generales de la clase obrera, y en general de los estratos menos pudientes. Mientras se elogia a la economía USA por su tasa de crecimiento, también se elogia porque habría conjugado su desarrollo con un régimen de pleno empleo (5% de parados). Pero todo esto ha significado costos sociales enormes: en primer lugar el desmantelamiento progresivo del «welfare», de la asistencia y previsión, que no se detiene por el mero cambio de inquilino de la Casa Blanca; en segundo lugar la caída de la renta de los trabajadores, causado no por un ataque generalizado a todos, sino por la creación de un estrato cada vez más consistente de trabajadores muy mal pagados, precarios (30% de trabajadores a tiempo parcial a nivel nacional) privados de cualquier protección. Naturalmente, negros, mujeres y sudamericanos, pero no sólo.

También las cifras sobre desempleo son engañosas: en efecto, no engloban a un millón y medio de presos, sobre todo hombres en edad de trabajar, y a 8 millones en libertad condicional, que suponen un 10% de la fuerza de trabajo en USA. Un tercio de los jóvenes negros que están por debajo de los 25 años y uno de cada catorce blancos está en la cárcel, en reformatorios o en libertad condicional, o lo ha estado alguna vez. Hay que tener presente también que algunos en libertad condicional trabajan, la cifra real de paro es, según analistas burgueses, entre el 12 y el 14%, al nivel europeo. Para no contar con otro 5% empleado en controlar y reprimir a la misma clase obrera.

Por otra parte en USA está muy difundido el fenómeno de los «homeless», de los sin casa, y de los pobres en el amplio sentido de la palabra, es decir de quienes lo tienen difícil para ingresar en la familia entre 1.000-1.500 dólares al mes: uno de cada cuatro americanos es pobre, o sea 24 millones de familias, 60 millones de americanos están en estas condiciones y el número va en aumento. Muchas de estas familias no pueden pagar el alquiler y tienen que dejar la casa: «ocupar» no está permitido y las ayudas estatales se desvanecen y se limita su duración. Así, a consecuencia de los bajos salarios se convierten en «homeless». Se ha hecho normal ver a familias enteras en la calle, constituyendo un tercio del número total de los sin techo (no menos de 1 millón), desenmascarando así el mito del barbudo que elige libremente estar en la calle, loco o alcoholizado, que ama dormir bajo los puentes: estos existen aún, pero deben aceptar la compañía de estos nuevos nómadas creados por la burguesía más rica del mundo.

La «victoria» de los trabajadores de la UPS ha sido, en realidad, fruto de la desesperación en que se encuentra gran parte de la clase obrera americana. Una victoria obtenida a pesar de los patronos, los esquiroles, la prensa y los sindicatos. El control estrecho de la clase obrera no ha funcionado esta vez, y lo ha comprendido muy bien Clinton, que ha tenido que dejar vía libre a la lucha proletaria por el temor de que una intervención directa suscitase reacciones más amplias, ya que las condiciones de quienes hacían huelga eran compartidas por millones de otros proletarios americanos. Pero la burguesía estadounidense no puede ceder más, presionada muy de cerca como está tanto por los «tigres» asiáticos como por Europa, incluso si su proletariado ya ha avanzado un tramo por el camino de la «asiatización». Es una loca carrera por la competencia y el beneficio, que tiene como punto de llegada no sólo la explotación sino el desastre, la guerra y el hambre. Sólo el proletariado de todos los países dispone del remedio.

Source: «La Izquierda Comunista», Número 7, Noviembre 1997, p.34-36

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