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GUERRA IMPERIALISTA Y GUERRA REVOLUCIONARIA


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Guerra imperialista y guerra revolucionaria
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Siguiendo el hilo del tiempo

Guerra imperialista y guerra revolucionaria

Ayer

Idea fundamental : hay dos tipos de guerra. Las guerras burguesas progresivas, de desarrollo antifeudal, de liberación nacional; las guerras imperialistas. La fecha que separa ambas épocas: 1871, la Comuna de París. El movimiento del proletariado mundial se coloca entonces en el plano de la Revolución, rompe con la Nación. ¿Queremos escuchar repetir esta idea a Lenin? Escuchemos. Resolución de los bolcheviques en el extranjero, 4 de marzo de 1915 :

«Una de las formas de mistificación de la clase obrera es el pacifismo y la propaganda abstracta de la paz. En régimen capitalista, y particularmente en su estadio imperialista, las guerras son inevitables. Pero, por otra parte, los socialdemócratas no pueden negar el valor positivo de las guerras revolucionarias, es decir, de guerras no imperialistas, tales como las llevadas adelante de 1789 a 1871 por el derrocamiento de la opresión nacional y la creación, a partir de Estados divididos, de Estados capitalistas nacionales, o incluso eventuales guerras tendientes a salvaguardar las conquistas de un proletariado victorioso en su lucha contra la burguesía»[1].

Por consiguiente, mucho antes de la revolución rusa, Lenin agrega un tercer tipo de guerra a las dos precedentes : la guerra entre un Estado en el que haya vencido la revolución proletaria y Estados en el que aún domina el capitalismo.

Pero antes de ocuparnos de este tercer tipo de guerra, no podemos dejar de completar la cita, para vergüenza de ese movimiento[2] que reprocha a los imperialistas creer en la guerra, y que divulga camelos sobre la posibilidad de paz no solo entre las potencias imperialistas, sino incluso entre éstas y la potencia que se presenta como un gobierno del proletariado, sin cambiar los regímenes políticos imperantes en todos los países :

«En el momento actual, una propaganda de paz que no esté acompañada de un llamado a la acción revolucionaria de masas solo puede sembrar ilusiones, corromper al proletariado inculcándole confianza en el espíritu humanitario de la burguesía y haciendo de él un juguete entre las manos de la diplomacia secreta de los países beligerantes. Particularmente, la idea según la cual se podría conseguir una paz llamada democrática sin una serie de revoluciones es profundamente errónea»[3].

Veamos ahora, y con calma. En primer lugar, haremos un desarrollo para los que pretenden que la primera guerra imperialista mundial fue una guerra del primer tipo, una guerra de liberación. Luego, un inciso para los que pretenden que la segunda guerra imperialistas fue una guerra del primer tipo, es decir, una guerra de progreso y de liberación, o bien una guerra del tercer tipo, una guerra de defensa de una revolución proletaria. Por último, abordaremos el grave problema histórico : la eventual tercera guerra, ¿será aún y siempre del primer tipo – como no dejarán de pretenderlo los repugnantes cuáqueros del capitalismo gángster americano – o será del tercer tipo – como se pretende en el campo opuesto?

La rectificación de la posición histórica proletaria con cierne inseparablemente a los tres períodos. Las inversiones, las contradicciones y los virajes históricos en esas cuestiones son una claro síntoma de esta peste que la vacuna leninista no logró desgraciadamente eliminar : el oportunismo propio de los que buscan hacer creer que la guerra imperialista tiene Una significación burguesa progresiva de liberación nacional (cf. Lenin, 1915). La potencia de la dialéctica permite esclarecer ya en 1915 la ignominia de 1945…

Estalla la polémica de 1914. Los social-chovinistas leían el Manifiesto Comunista de la siguiente manera: evidentemente, dicen, allí está escrito que «los proletarios no tienen patria». Pero luego ellos adquieren una. ¿Cuándo? He ahí el problema. Inmediatamente después el texto afirma:

«Por cuanto el proletariado de cada país debe conquistar el poder político, erigirse en clase dominante de la nación, tornarse él mismo la nación, aún es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués del término».[4]

Ahora bien, ¿qué dicen los social-chovinistas? Que ese paso se produce con el advenimiento de las instituciones democráticas, es decir, ¡con la revolución liberal burguesa! ¿Tenemos un Estado parlamentario en la Italia de 1914? ¡Indiscutiblemente! Por lo tanto, el proletariado tiene la «dominación política», y ya está constituido en «clase nacional», y por ende ¡debe correr a hacer la guerra al servicio de la burguesía!

Cuando, con la ayuda de Lenin, se consigue hacer entrar en la cabeza de los que se creían marxistas (algunos de buena fe) que el proletariado solo es clase dominante cuando el Estado burgués parlamentario ha sido destruido por la revolución armada, y la dictadura proletaria quita el derecho de abrir políticamente la boca no solo a los burgueses sino también a sus lacayos mencheviques y social-chovinistas, en ese momento se ganó definitivamente una larga batalla contra el intervencionismo democrático y para demostrar que el proletariado solo tiene la dominación política cuando ha destruido la del capitalismo, no antes.

En 1914, solo las burguesías son clases nacionales, y la guerra es una guerra de supremacía entre ellas, solidarias en cuanto clases, enemigas en cuanto naciones. En cambio, las guerras del primer tipo (1789–1871) indicadas por Lenin, sirvieron a las burguesías para constituirse en «clase nacional» en los diferentes países. Este hecho era «positivo» para el marxismo. No olvidéis que en el proceso progresista y liberador con fines burgueses, Marx, Engels, Lenin subrayan cien veces la centralización de los Estados burgueses sobre las ruinas del fraccionamiento feudal: allí, también, y desde hace un siglo, en sentido contrario al de los federalismos pequeño-burgueses utopistas, anarquizantes e irredentistas. El marxismo explica esas guerras dialécticamente, los pequeños burgueses hacen la apología de las mismas con sus miserables pequeñas ideologías literarias y filisteas.

Para que la centralización económica se realice plenamente, es preciso, pues, la victoria política de las diferentes burguesías nacionales. En los regímenes feudales, la burguesía no es una clase nacional. Bajo el poder de la aristocracia no hay verdaderas formas y valores nacionales en el sentido estricto, atendidas, por una parte, las autonomías feudales locales, por otra, la estrechez extrema de los círculos militares y burocráticos – mientras que la Iglesia es supranacional.

El Estado nacional y «popular» nace con la burguesía, con sus pretensiones de representar la libertad y las reivindicaciones de todas las clases, por la necesidad de «poner en movimiento» en interés de su propio desarrollo económico y social, a las gran des masas que debe dirigir y explotar.

Pero la burguesía se constituye a sí misma en clase nacional, no a sus esclavos asalariados que le sirven de soldados en las guerras de liberación. Permaneciendo fieles a la teoría de la lucha de clase, no la de «Struve-Brentano» (de la que Lenin se burla llamándola marxismo liberal), sino la de la lucha por la dictadura, es bueno que no olvidemos, nosotros marxistas de izquierda, que los términos de nación, pueblo, democracia, corresponden todos a la colaboración entre las clases sociales, es decir, al aprisionamiento del proletariado en el interior de los limites del Estado capitalista. Antes de 1848 en Alemania, antes de 1917 en Rusia, tenía un sentido preciso, dialéctico y antiburgués, amenazar a la burguesía, que no podía constituirse en clase nacional, con reemplazarla incluso en esta tarea frente a las últimas barreras feudales, tomando las riendas de la revolución y la nación. En los países de capitalismo social y políticamente establecido desde hace mucho tiempo, en los que las capas que se de signa con el término general de «clases pobres» ya no cuentan frente a los protagonistas de la lucha: la burguesía y el proletariado asalariado, no debemos más marchar hacia la Nación, ni con la burguesía ni contra ella, sino solo hacia la Internacional.

Por lo tanto, en 1914 y en el curso de los años siguientes, convencimos a nuestro endeble contradictor oportunista que la guerra no era progresiva de ningún lado del frente, sino imperialista. ¿Qué es lo que define a la época imperialista? ¿Es posible que tras Lenin se haya cerrado esta época para abrir la vía a otras guerras de tipo progresivo? Los «marxistas liberales» podrían sostenerlo, si aún les queda salva, y jactarse de haber ganado contra nosotros una victoria científica, pero no pueden hacerlo sin jactarse al mismo tiempo de haberla ganado contra Marx y contra Lenin.

En efecto, la definición del imperialismo es la siguiente (Lenin en su «Anti-Kautsky», citando «El Imperialismo»):

«El imperialismo es el capitalismo llegado a un estadio de desarrollo en el que se ha afirmado la dominación de los monopolios y del capital financiero, en el que el reparto del mundo ha comenzado entre los trusts internacionales, y en el que se ha terminado el reparto de todo el territorio del globo entre los mayores países capitalistas»[5].

¿Se han acaso borrado esos caracteres entre la primera y la segunda guerra mundial, o bien, por el contrario, se han acentuado de un modo terrorífico? Por lo tanto, ¡¿qué es lo que podía hacer de la segunda guerra mundial, de esta empresa de pillaje a través de los océanos y los continentes, una guerra de primer tipo, progresiva y liberadora?!

El oportunista, el chovinista estilo 1939–45, siempre tiene una coartada contra la historia. Según él, en Alemania, Italia, en otros lados, la democracia parlamentaria que se había conquistado fue víctima de un atentado, fue suprimida, pisoteada. De allí el carácter sagrado de la guerra que tiende a restaurarla.

De allí el carácter de la guerra, jamás de los jamases imperialista, sino guerra de primer tipo, ¡guerra justa del lado de los progresistas y de los liberadores americanos e ingleses!

Pero, ¿qué podía cambiar el análisis de Lenin el hecho de que el parlamento y la legalidad hubiesen sido violados? Evidentemente no los caracteres económicos y sociales de la época, como acabamos de verlo. Históricamente, la burguesía era y sigue siendo «clase nacional» ; se puede incluso decir que las formas nacionalsocialistas y de sindicalismo de Estado han acentuado la concentración. Las formas de opresión policial ya estaban plenamente previstas para los marxistas. Lenin explica el supuesto legalitarismo de Engels al final de su vida: ¡señores burgueses, tirad primero! Dicho de otro modo, ¡salid de la legalidad, y nosotros saldremos de ella con la revuelta armada y la dictadura roja! Esta consigna dialéctica ha sido invertida por los traidores: ¡señores burgueses, salid de vuestra legalidad y nosotros, pobres necios, entraremos en lucha para restaurarla!

Precisamente porque entre las dos guerras mundiales existieron los sistemas alemán e italiano, pero en realidad universales, de estricto poder capitalista moderno, precisamente por eso la segunda fue más imperialista que la primera. Lenin también lo sabía:

«La dictadura revolucionaria del proletariado, es la violencia (subrayado por Lenin) ejercida contra la burguesía, y esta violencia se necesita sobre todo, como lo explicaron mil veces Marx y Engels muy explícitamente […] ,por la existencia del militarismo y de la burocracia. Ahora bien, justamente esas instituciones, justamente en Inglaterra y América justamente en los años 70 del siglo XIX, época en la cual Marx hizo su observación, no existían (ahora existen en Inglaterra y América)»[6].

Ahora existen, escribía Lenin en 1918, ¡oh torpedeadores de la cronología! Los que en 1942 fingieron no ver el imperialismo más que en Alemania y en Italia, y el «progresismo» en el Oeste, no pueden tener el descaro de invocar ese texto y otros pilares del marxismo, ¡¡¡tras haber por otro lado estrechado en 1940 la mano del primero!!!

Pero no es todo:

«El capitalismo premonopolista, cuyo apogeo se sitúa precisamente entre 1870 y 1880, se distinguía por sus caracteres económicos primordiales, que fueron particularmente típicas en Inglaterra y América, por el máximo – guardando las proporciones – de pacifismo y liberalismo.»

Es Lenin quien subraya para que ningún idiota vaya a imaginarse que Engels y Marx creían que faltaban algunos rasgos psicológicos o ideológicos al «bárbaro» alemán (que por otra parte es de la misma raza). Pero ahora subrayamos nosotros:

«El imperialismo, es decir, el capitalismo de monopolio, cuya madurez solo data del siglo XX, atendidos sus caracteres económicos primordiales, se distingue por el mínimo de pacifismo y de liberalismo, por el desarrollo máximo y más generalizado del militarismo».

¿Podrán alguna vez liberarse los discípulos del stalinismo de la responsabilidad de sus cuatro o cinco años de empedernida propaganda que avalaba el militarismo occidental como el campeón de la paz y de la libertad? ¿Puede acaso defenderse semejante política, completamente idéntica a la de los liberales y demócratas burgueses, sin rechazar integralmente la visión de las características económicas y políticas del capitalismo del siglo veinte establecida por Lenin?

Hoy

La total identidad de la política de guerra de los stalinistas y aquélla, digamos, de un Churchill, o de un De Gaulle, de un Amendola o de un Roosevelt sobre un frente común completamente «antifeudal» y «revolución democrática» no cambia nada al descaro de la diversión intentada por los primeros. Convictos de haber intentado «hacer girar la rueda de la historia hacia atrás» con la reivindicación de un retorno a la democracia burguesa, de un retroceso del capitalismo imperialista al capitalismo premonopolista (retorno que, si se lo tomase en serio, sería tan reaccionario como en el siglo XIX lo era un retorno del capitalismo liberal al feudalismo), convictos de ello, pues, dicen que, por el contrario, ellos la han hecho girar hacia adelante. Evidentemente, inspiraron la propaganda de guerra de los aliados «liberadores», pero esto era solo un ardid, su real objetivo era impedir la victoria militar de los ejércitos alemanes que hubiesen invadido Rusia y destruido el primer Estado obrero. Bien valía esto una serie de «misas» celebradas con el ritual democrático que – los señores stalinistas lo saben tan bien como nosotros – es la mayor de las estupideces pensables.

Esta horrible última guerra quiere, pues, ser cualquier cosa, salvo imperialismo capitalista. Quiere escapar a su tiempo, a su propia historia, hacer pasar por ganzúas de ideólogos extraviados las claves del determinismo económico que funcionaron tan bien en las manos de Marx y Lenin. Y si no se admite que fue una campaña de defensores sentimentales y generosos de la democracia progresiva, a base de caramelos atómicas, ella pretende entonces que se la eleve al rango de guerra revolucionaria del proletariado mundial.

Esta segunda manera de presentar la espantosa masacre plantea una serie de arduos problemas históricos. Una vez establecida según los caracteres económicos esenciales definidos por Lenin, y más allá de los caracteres raciales y literarios, la naturaleza capitalista e imperialista de los Estados vencidos de Berlín y Tokio, al igual que la de sus vencedores de Londres y Washington (periódicos con una tirada mil veces mayor que éste los tratan finalmente de fascistas, pero para nosotros no ha hay peor insulto que tratarlos de burgueses), queda aún por clasificar la potencia estatal y militar de Moscú.

Queda aún por reconstituir la posición de los regímenes del proletariado vencedor frente a los ataques militares, en los ejemplos históricos que están a nuestra disposición. La relación entre la Comuna de París y el ejército prusiano, mientras se prolongaba la guerra civil, es un primer ejemplo. Luego, la historia de la revolución rusa. Justo después de febrero de 1917, en Rusia y en otras partes, el oportunismo quiere extraer argumentos de la caída del zarismo para transformar la guerra despótica en una guerra democrática, lanza la consigna de la defensa nacional revolucionaria. Lenin llega con sus históricas «Tesis de Abril» y la consigna de la liquidación de la guerra. Kautsky le replica que los mencheviques estaban por la eficacia del ejército y los bolcheviques por su desorganización. Lenin responde:

«La guerra imperialista no deja de ser imperialista cuan do los charlatanes o los fraseólogos, o los filisteos pequeño-burgueses lanzan una «consigna» meliflua, sino solamente cuando la clase que lleva adelante esta guerra y que está ligada a ella por millones de hilos (si no son cables) económicos, es de hecho derrocada y reemplazada en el poder por la clase verdaderamente revolucionaria: el proletariado. No hay otro medio de alejarse de la guerra imperialista, así como de una paz de rapiña imperialista» (7). (Nuevamente es Lenin quien subraya, ndr.).

El proletariado triunfó, existió el ejército rojo, e hizo la guerra. Pero las guerras de 1918–1920 en Rusia fueron revolucionarias porque estaban conducidas contra los dos campos del imperialismo burgués: los aliados y los alemanes, incluso cuando se batían entre sí.

La polémica contra Kautsky hizo resaltar toda la ignominia del centrismo. En Francia, la socialdemocracia de extrema derecha abrazó la causa de la Entente declarándola progresiva. En los países alemanes, por las mismas razones, abrazó la de los Imperios centrales. Kautsky, aún más jesuita, encontró justo que el proletariado apoyase, en todas partes, su nación en la guerra. Por el contrario, la revolución rusa luchó a la vez contra las dos fuerzas mundiales, sin elegir ninguna, y venció.

¡ Qué «revolución» en las posiciones, en veinte años, para desembocar en la política que admite que las fuerzas del Estado y de los partidos «proletarios» se alinean primero con uno de los dos campos imperialistas contrarrevolucionarios, luego CON el otro!

¡Clásica y atormentada sombra del renegado Kautsky: los stalinistas te saludan¡

Notes:
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  1. «La Conferencia de las secciones en el extranjero del POSDR», Obras, tomo 21. [⤒]

  2. Alusión al «Movimiento de la Paz», creado por los partidos stalinistas occidentales. [⤒]

  3. «La Conferencia de las secciones en el extranjero del POSDR», Obras, tomo 21. [⤒]

  4. «Manifiesto del Partido Comunista», capítulo II. [⤒]

  5. «La revolución proletaria y el renegado Kautsky», Prefacio, Obras, toma 28. [⤒]

  6. «La revolución proletaria y el renegado Kautsky», capítulo: «Como ha hecho Kautsky de Marx un adocenado liberal». [⤒]

  7. «La revolución proletaria y el renegado Kautsky», capítulo: «¿Qué es el internacionalismo?» [⤒]


Source: «El Programa Comunista», Junio-Setiembre de 1979, № 31, p.69–75

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