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RUSIA EN LA GRAN REVOLUCIÓN Y EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA


Content:

Rusia en la gran revolución y en la sociedad contemporánea[1]
A) Repliegue y ocaso de la revolución bolchevique
1 – La lucha interna en el partido ruso
2 – El gran choque de 1926
3 – Los «cincuenta años» de Trotski
4 – La posición de Stalin
5 – Los «veinte años» de Lenin
6 – Revoluciones que asumen tareas atrasadas
7 – Revolución americana antiesclavista
8 – Paralelo dialéctico
9 – ¿Por qué no se recurrió a las armas?
10 – La burocracia mira equivocada
11 -¿Por qué no se apeló al proletariado?
B) La falsa oposición entre las formas sociales rusas y occidentales[2]
12 – La «marcha» de la industrialización
13 – Dantesco prospecto del infierno burgués
14 – Leyes de la acumulación
15 – Repasando el cuadro
16 – Peor las crisis que las guerras
17 – Objeciones de la contratesis
C) ¿El sistema socialista «FIAT»?
18 – Una indicación del alma italiana
19 – Augustae taurinorum[3]
20 – VallettaBulganin
21 – La insidiada fuerza de trabajo
22 – «Plan quinquenal» para la gran FIAT
Marxismo y autoridad – La función del partido de clase y el poder en el estado revolucionario
23 – ¿Quién arbitrará las divergencias?
24 – Libertad y necesidad
25 – De la democracia al obrerismo
26 – Curso económico y relación de clase
27 – Miseria de los riesgos crecientes
28 – La clase se busca en otra parte
29 – Vida interna del partido de clase
30 – Las mezquinas comunidades periféricas
31 – Desfile de cordiales enemigos
Notes
Source


Rusia en la gran revolución y en la sociedad contemporánea

A) Repliegue y ocaso de la revolución bolchevique

1 – La lucha interna en el partido ruso

La historia no le entra al hombre por la cabeza, ni por tal vía le conduce a actuar, aunque el pobrecito se ilusione creyendo que es él quien la manipula a ella. Es por esto que, en el saborear y digerir las lecciones históricas, cada pobrecito de nosotros no puede resistir al prurito de cambiar lo que fue el inexorable acontecimiento, y sólo después de repetidas masticaduras y rumiaduras consigue sacar lo construido de aquello que fue, porque así debía ser.

Los aplastantes acontecimientos del drama social no son como algunas producciones de Pirandello y algunos films producidos para el comercio, que tienen el doble final, de modo que, en las filas del público, el histerismo de las niñas y de los niños peras e incluso maduros, puede elegir lo que le hace vibrar mejor.

Por tanto, no tiene mucho sentido el preguntarse «cómo se habría debido hacer» para impedir que Stalin, que el estalinismo, hubiesen vencido la partida; y que el partido que había vencido con la revolución de Octubre, el Estado que había fundado, tuviesen el miserable final que hemos demostrado en todo el curso.

La impresión es tan dura que hoy, hasta los apologistas acérrimos de aquella solución, que la historia ha archivado, han sido obligados a no poder seguir diciendo que todo había ido lo mejor posible en la mejor de las revoluciones posibles, que una constelación de errores, de ignominias, de difamaciones, de inútiles y alucinantes estragos se ha concatenado al proceso de los hechos.

Si más razonablemente nos preguntamos por las causas que han influido en las diversas vías que el movimiento en aquel entonces ha tomado, podemos ante todo distinguir. la principal en la derrota del proletariado de los países occidentales que, repetidamente batido, mostró claramente no estar en condiciones de vencer en la lucha por el poder. Europa había entrado ya, desde hacía varios años, en una situación desfavorable para todos los partidos comunistas, y el poder burgués se había consolidado en todas partes después del difícil período de la posguerra, habiendo recogido la alternativa entre la dictadura obrera y la capitalista, empleando sin vacilar los medios de represión, a los que claramente cualquier país sin excepción habría recurrido en la emergencia de evitar un poder comunista, y sin excepciones.

Con el estancamiento de la revolución en el extranjero, el problema de la revolución rusa mostraba todas sus dificultades, para entenderlas no es necesario en efecto modificar en absoluto la segura visión sostenida por Lenin en las largas etapas que otras veces hemos descrito. Aquella estaba a caballo sobre dos fuerzas en las que una, la proletaria, estaba todavía minorada cuantitativamente por la descomposición de la industria después de la guerra nacional y civil, la otra, enorme cuantitativamente, la campesina, se sabía que cualitativamente tenía eficiencia revolucionaria sólo en una fase pasajera, mientras tuviesen que desarrollar postulados no socialistas, sino postulados propios de una revolución burguesa extrema: revolución sí, pero burguesa. Siempre se había dicho (y hemos probado cuándo y cómo) que, en la fase ulterior, el aliado se habría transformado necesariamente en enemigo. El campesinado interno como aliado no podía sustituir al aliado natural de la revolución bolchevique, o sea, a la clase obrera del exterior: era un sustituto inferior, y eficiente sólo en el plazo que permitiese recobrar un respiro, para devolver la preponderancia de masa a los proletarios auténticos.

2 – El gran choque de 1926

Estaba claro que, para sostener la energía proletaria en las ciudades, hacía falta reconstruir la industria y aumentarla: esto estaba claro desde antes de la muerte de Lenin, que nosotros no alineamos de ningún modo entre las «causas» de lo que sobrevino. En esto todos estaban de acuerdo. Pero en el campo se estaba obligado, en substancia, si se quería tener la ayuda de los campesinos en la guerra civil y en la economía general, a no proceder en la dirección de una proletarización rural. Lenin había admitido duramente haber tenido que apoyarse en el programa de los socialistas revolucionarios, batidos por el bolchevismo en doctrina y en los campos de batalla social. En efecto se debió actuar de modo que aumentó el número de los trabajadores agrícolas que tenían a disposición personal y familiar tierra cultivada disponiendo del producto. De esto brotó el enorme poder revolucionario de la quebrada disposición del producto por parte de los señores terratenientes, semifeudales y semiburgueses, y sin esta separación de fuerzas no se habría vencido en la guerra civil: no hay lugar para arrepentimientos. Como hemos demostrado y vamos demostrando, escaso remedio es la teórica declaración de que la tierra fue nacionalizada, propiedad del Estado obrero, porque no es la propiedad jurídica sino la gestión económica la que con sus constantes relaciones provoca los reflejos sociales de la actividad política y combativa.

Ni Lenin había callado nunca que, una vez batidas las incursiones capitalistas con las armas en la mano, para acelerar la reconstrucción industrial, oxígeno de vida revolucionaria, era necesario obtener de la industria extranjera, maquinaria, expertos técnicos, y finalmente capitales en varias formas, que no se podían obtener sin la oferta de contrapartidas (concesiones), que no podía consistir en otra cosa más que en fuerza de trabajo interna, y materias primas internas.

La parte sana y proletaria, la izquierda (para expresarnos con brevedad), la izquierda del partido ruso fiel a las tradiciones de clase, planteó la cuestión en los discursos ya citados (y leídos en citas sugestivas en la reunión a la que nos hemos referido) de Zinóviev, Trotski, Kámenev (también éste particularmente decidido, explicito y valientísimo, contra los aullidos de rabia de la reunión), ante la sesión de diciembre de 1926 del Ejecutivo Ampliado de la Internacional Comunista, como ya sucedió en la XV Conferencia del partido ruso en noviembre.

Con decisivas citas sobre el argumento de la revolución internacional (especialmente concluyentes en el discurso de Zinóviev), estos grandes compañeros nuestros probaron que, hasta la victoria de la dictadura obrera en al menos algunos de los países capitalistas desarrollados, la revolución rusa no podía más que permanecer, en un plazo más o menos largo, en la fase de tareas transitorias. Y esto no sólo en el sentido en que iba rechazada la fórmula de Stalin de «construcción del socialismo en un solo país», sino, y peor aún, en un país como Rusia. En efecto, con el retraso de la Europa proletaria no sólo no podía aparecer en Rusia una sociedad, una forma de producción socialista, sino que incluso las relaciones de clase no habrían podido ser las de una dictadura proletaria pura, o sea, dirigida contra toda clase superviviente, burguesa y semiburguesa. Tarea del Estado proletario y comunista habría sido la de edificar un capitalismo industrial de Estado, indispensable incluso para los fines de la defensa armada del territorio, y la de conducir en la agricultura una política social apta para asegurar a las ciudades los géneros de primera necesidad y para desarrollar, luchando contra el peligro de una acumulación capitalista rural, hacia una industria agraria de Estado, que estaba todavía en los primeros albores.

En el «Diálogo con los muertos», el centro del debate esta asi resumido:

«Particularmente vigorosa fue la contrademostración de Trotski, Zinóviev y Kámenev, que repetimos, es aún hoy, digna de un cuidadoso estudio. Ellos declaran de modo incontrovertible la doctrina de Marx y Lenin sobre aquellos puntos: aquí la recordamos sin más.»
«1. El capitalismo aparece y se desarrolla en el mundo con tiempos y ritmos desiguales.
2. Sucede otro tanto para la formación de la clase proletaria y su fuerza política y revolucionaria.
3. La conquista del poder político por parte del proletariado no solamente puede llegar en un sólo país, sino también en uno menos desarrollado que otro, en los que se mantenga el poder capitalista.
4. La presencia política proletaria ya llegó, acelera al máximo la lucha revolucionaria en todos los otros.
5. En la fase ascendente de esta lucha revolucionaria es posible que intervengan en la defensa y en la ofensiva de las fuerzas armadas de los Estados proletarios.
6. Cuando las guerras civiles y estatales proletarias sestean, un sólo país puede completar solo los pasos permitidos por el desarrollo económico que en él se haya alcanzado ‹en la dirección› del socialismo.
7. Si se tratase de uno de los grandes países más avanzados, antes de su plena transformación económica socialista, en doctrina no imposible, tendría lugar la guerra civil y estatal general.
8. Si se trata, como para Rusia, de un país recién salido del feudalismo, este país con la victoria política proletaria no podrá dar otros pasos más que poner las ‹bases› del socialismo, lo que quiere decir una progresiva y fuerte industrialización; definiendo su programa como una espera trabajando por la revolución política exterior y como una construcción económica de capitalismo de estado con base material».
«Sin la revolución mundial, el socialismo en Rusia era entonces como hoy imposible».

3 – Los «cincuenta años» de Trotski

No sólo insistimos ahora sobre la alta misión revolucionaria del truncado discurso de Trotski, el cual mostró con magnífica claridad como el desarrollarse de la primordial economía rusa hacia formas más modernas habría hecho cada vez más tremendas las influencias económicas y políticas del capitalismo mundial, y esto habría constituido una amenaza siempre capaz de atentar contra la vida misma de la Rusia roja, hasta que su proletariado no le hubiese batido en algunos frentes.

Insistimos aquí una vez más sobre el hecho ya consolidado de que en los discursos de Bujarin y de Stalin (fuera de las protestas de los diversos chapuceros centristas), ensalzando como posible el advenimiento del socialismo integral en una Rusia cercada por el mundo burgués, no se excluyó en absoluto, sino por el contrario se consideró segura en la previsión de la doctrina de Lenin, una guerra mortífera entre la Rusia socialista y el occidente burgués, y se estableció la línea a seguir en tal guerra, apuntando hacia la revolución mundial: guerra de clases y de Estados, a la que Stalin ha hecho referencia después, tanto en el umbral de la II guerra imperialista de 1939, como en su «testamento» de 1953, que el XX Congreso ha arrojado con todo lo demás al basurero.

Trotski y los otros mostraron sin dudar (ver en particular a Kámenev) que la jactancia de construir socialismo no era más que el retorno al peor oportunismo, y que quien hubiese levantado tal bandera (Stalin y anti-estalinistas de hoy) habría acabado de hecho en los brazos del capitalismo imperialista, como sucedió. Puestos ante la pregunta insidiosa de que «habría hecho» en el caso de una larga estabilización del capitalismo, respondieron que en aquella viril y no hipócrita posición podía el partido, aún admitiendo dirigir, con el propio Estado político, una economía todavía capitalista y mercantil, resistir sobre la trinchera de la revolución comunista incluso decenios y decenios.

A algún compañero le había parecido que un término similar hubiese sido formulado por Lenin en sólo veinte años, y esto a propósito de nuestra aceptación de los cincuenta años de Trotski que conducen a 1976, fecha aproximada a la que nosotros atribuimos el posible ádvenimiento de la próxima gran crisis general del sistema capitalista en el mundo, o bien la III horrenda guerra imperialista. Por tanto fue necesario aportar las citas relativas a dicha cuestión. No es grave que el revolucionario vea la revolución más próxima de lo que está: nuestra escuela la ha esperado ya tantas veces, 1848, 1870 y 1919. Visiones deformadas la han esperado en 1945. Es grave cuando el revolucionario pone un término para obtener la prueba histórica: jamás el oportunismo ha tenido otro origen, jamás ha conducido de otro modo sus campañas de sofistificación, de las que la del socialismo en Rusia es la más venenosa.

Trotski había hablado en la XV Conferencia del Partido Comunista Bolchevique, defendiendo las tesis de la oposición. En la sesión del Ejecutivo Ampliado, Stalin respondió a su discurso de entonces. Trotski había llegado en su réplica a este punto – observando que, si alguna vez hubiese sido verdadera la alternativa planteada por Stalin en su discurso contra la oposición («o nosotros podemos construir el socialismo llevándolo hasta el final, en definitiva, la construcción venciendo a nuestra burguesía nacional – y entonces el partido tiene la obligación de mantenerse en el poder y dirigir la construcción socialista del país en nombre de la victoria del socialismo en el mundo entero; o bien, nosotros no estamos en condiciones de vencer a nuestra burguesía con nuestras fuerzas – y entonces, teniendo en cuenta que nos falta el apoyo inmediato del exterior, el apoyo de la revolución victoriosa en los otros países, debemos honesta y abiertamente abandonar el poder, apuntando hacia la organización de una nueva y futura revolución en la URSS»), tal conclusión derrotista se le habría debido imputar a todo el partido (comprendido Stalin hasta 1924), a toda la Internacional y en particular a Lenin, habiendo sido siempre «verdad elemental» para todos el lazo indisoluble entre «pasaje de Rusia al socialismo» y revolución mundial – cuando le fue retirada despiadadamente la palabra. Estamos obligados a volver a encontrar la tesis de Trotski en las palabras de su adversario.

4 – La posición de Stalin

Stalin, en aquella ocasión, como sabemos, atenuó la tesis económica (prueba de qué ésta ha sido desde el inicio un postizo demagógico) diciendo – aún desmintiéndose repetidamente – que su fórmula de construcción del socialismo significaba la victoria sobre la burguesía y la sucesiva edificación de las bases económicas del socialismo. Los adversarios probaron con exceso cuán obligado estaba él, por la prueba aplastante de que su fórmula no está en Lenin y ni siquiera en el mismo Stalin u otros antes de 1924, hipócrita y disfrazado (hoy podemos decir) de molotovismo.

Stalin prefirió entonces, como era su costumbre, ponerse a difamar al contradictor con argumentos tan banales cuanto de fácil efecto sobre el público: los opositores no sólo no creían en el socialismo en Rusia, sino ni siquiera en la revolución no lejana en los países capitalistas, por lo tanto eran pesimistas y liquidadores; estos querían admitir un desarrollo capitalista en Rusia, y por lo tanto simpatizaban con el capitalismo extranjero.

Un Trotski no podía responderlo como un bufón. Como gran dialéctico dijo que habría creído y luchado por la revolución europea incluso en un futuro cercano; pero que si esta no hubiese estallado o no hubiese prevalecido, la Rusia bolchevique podía resistir sin falsificar tradiciones, doctrina y programa revolucionario, incluso cincuenta años.

Desde la reunión de Génova nosotros pusimos de relieve, entre las risotadas del auditorio, que entre los fieros estigmatizadores del «pesimismo» de Trotski hacia la revolución estuvo entonces, entre otros fariseos, Ercoli, que garantizó una revolución cercanísima; allí donde Ercoli no es más que Togliatti y allí donde ya el año pasado, pero con un aplatanamiento más charro que hoy, después de haber escupido incluso sobre Stalin, hizo y hace planes históricos constitucionales y legalitarios en el seno de la república italiana actual y en colaboración con la democracia negra con plazos ultracincuentenales a partir de hoy, ¿qué podemos decir? ¡asegura al unísono con la banda de Moscú, al mundo burgués, una ilimitada existencia, en la pacífica y emulativa coexistencia!

Así que citemos a Trotski, por boca de Stalin:

«La sexta cuestión concierne al problema de las perspectivas de la revolución proletaria. El compañero Trotski ha dicho en su discurso a la XV Conferencia del partido: Lenin consideraba que en veinte años no habríamos podido construir el socialismo de ningún modo; dado el atraso de nuestro país, no lo construiremos ni siquiera en treinta años. Pongamos 30–50 años como máximo›. Debo decir, compañeros, que esta perspectiva imaginada por Trotski no tiene nada en común con la perspectiva del compañero Lenin sobre la revolución en la URSS. Y un poco más adelante él mismo comienza a polemizar con esta perspectiva. Es su problema» (Stalin, «Opere Complete», vol. IX p. 53–54, la cita anterior p. 34–36).

Es evidente que Trotski no se había contradicho, sino que había auspiciado ante todo una rápida revolución exterior. Había añadido después que el retraso de ésta no prohibía al Partido tener su posición integral, sin la tonta alternativa de Stalin: pongamos en práctica enseguida el programa máximo socialista, o dejamos el poder, volviendo a la oposición, persiguiendo una nueva revolución.

Trotski había destruido la insidiosa alternativa con la autoridad de Lenin que, aún habiendo siempre y a cada instante declarado que la transformación social rusa habría podido proceder rápidamente después de la revolución obrera europea, e incluso sólo alemana, había formulado la clara eventualidad de la sola Rusia, y previsto el tiempo que necesitaría en decenios y decenios, ¡no para construir el socialismo, sino para cosas todavía mucho menores y preliminares!
«Lenin habla de 10–20 años de buenas relaciones entre proletariado y campesinos. Esto significa que, según Lenin, de aquí a veinte años nosotros no habremos edificado el socialismo. ¿Por qué? Porque por socialismo se debe entender un régimen en el que no existe ni proletariado ni campesinado, en el que no existen clases. El socialismo hace desaparecer el antagonismo entre campo y ciudad […] y de esta meta, nosotros estamos aún muy alejados. Podemos estar orgullosos con los resultados obtenidos, pero no tenemos derecho a falsificar la perspectiva histórica. El nuestro no es un verdadero y propio desarrollo de la sociedad socialista: no son más que los primeros pasos serios sobre el inmenso puente que une el capitalismo al socialismo» (Trotski, discurso a la XV Conferencia, № especial de los «Cahiers du Bolchévisme», 20 de diciembre de 1926, p. 2258, 2262), puente que el proletariado ruso habría podido recorrer enteramente solo «cogido de la mano» con sus hermanos de más allá de las fronteras.

No pudimos leer en la reunión todo el discurso expuesto en la XV Conferencia, limitándonos a ofrecer como prueba el pasaje de Lenin, en cuanto que es el mismo Stalin quien lo cita un poco después.

5 – Los «veinte años» de Lenin

He aquí las palabras de Lenin, como están taquigrafiadas en el discurso de Stalin del 2 de diciembre de 1926, que no es necesario ir a buscarlas en el texto de origen, por lo elocuentes que son, y de importancia colosal para disipar dudas a cualquiera. Corresponde al volumen IV p. 374 de las «Obras Completas» en ruso de Stalin:[4]

«Diez, veinte años de buenas relaciones con los campesinos y la victoria está asegurada a escala mundial [nos tomamos la libertad de leer: frente o contra el mundo entero], (incluso con un retraso de las revoluciones proletarias que maduran); de otro modo, veinte o cuarenta años de sufrimiento bajo el terror de los guardias blancos».

Aquí le rogamos a Stalin que se retire a un lado con la risible glosa que pone a continuación, aún no queriendo ni por ensueño ser tan villanos como los del XX Congreso, como prueba el hecho de que no hayamos retirado sus textos fuera del archivo. En efecto, Stalin deduce que los veinte años son un lapso de tiempo para hacer todo el socialismo. ¡Oh, qué Nenni!

Lenin dice esto. Son necesarias buenas relaciones con los campesinos y muy a largo plazo. No obsta a esto el hecho manifiesto de que cuando hay campesinos, relaciones con los campesinos, y peor aún relaciones buenas, no existe ni el socialismo ni su base completa. Pero mientras tanto, es la única vía para resistir, con el apoyo armado de los campesinos, respetados en sus intereses burgueses, a los conatos del mundo capitalista cercadores y agresores, no derrotados todavía por la revolución occidental.

No se puede hacer otra cosa, y si se tuviese escrúpulos doctrinales o sentimentales de abrazos con el campesinado, destinado (citamos cien pasajes de Lenin a propósito) a futura tarea contrarrevolucionaria, nuestras fuerzas armadas serían abatidas por la reacción burguesa y zarista y nos tragaríamos los 40 años de terror blanco.

Pasados veinte años, Lenin admite que entonces el enemigo armado externo e interno ya no será el peligro número uno. Entonces, dice Stalin ¡He aquí el socialismo hecho! Pero no, desgraciado ídolo hoy quebrado: entonces se pasa a otra fase que ni siquiera – siempre en la hipótesis del retraso revolucionario occidental – puede llamarse socialismo. Se denuncia toda buena relación con los campesinos, se ponen, como compañeros de la dictadura, bajo la dictadura, y sobre la base de la potente industria urbana de Estado, se inicia una nueva fase de capitalismo de Estado total, también en la agricultura. En otras palabras, también los campesinos empresarios son expropiados y convertidos en auténticos proletarios. Lo que las noticias de la «Associated Press» atribuían a propósitos actuales del régimen soviético: en teoría es justo, porque los cuarenta años han pasado: ¡pero aquel poder ya está desclasado y es burgués, y tampoco la estatización burguesa de la agricultura ya es facultad suya!

La perspectiva de Lenin es, como siempre, imponente de fuerza y de coraje. Se liga a la antigua previsión: dictadura democrática del proletariado y de los campesinos. O sea, declara: si no viene la revolución de Europa, nosotros no veremos en Rusia el socialismo. No por esto abandonaremos el poder, no por esto diremos, con una fórmula tan descaradamente menchevique de 1903 cuanto estalinista de 1926 (¡puramente polémica!): «burguesía, gobierna pues, y nosotros como buenos chicos pasamos a la oposición»; pero seguiremos nuestra luminosa vía: algunos decenios aliados con los campesinos (que, si se subleva antes el aliado obrero exterior los arrojaremos al río en cuarta velocidad) y lucha dirigida por el proletariado contra las revueltas en el nuevo Estado, contra los ataques del exterior, y para echar las bases industriales del futuro socialismo. Luego, después de esta primera fase transitoria pero sin otras revoluciones políticas, fase del capitalismo de Estado total, urbano y rural. De este clásico y último peldaño de Lenin al socialismo (no mercantil, más allá del enigma del «intercambio» entre industria y agricultura, reducido a la obvia colaboración de dos ramas industriales, en el plano general y social) se ascenderá un día al lado de los trabajadores victoriosos de toda Europa.

Y de aquí el centelleante corolario de León Trotski: ¡aún después de 50 años, si hace falta, porque ni siquiera la mitad de un siglo nos verá jamás, si no es derrotado con las armas en la mano, abdicar el poder conquistado por una generación de mártires proletarios – y campesinos –, o dar el paso todavía más vil de arriar la bandera de la dictadura y del comunismo!

Como sucede hoy, clavado en la vergüenza el mismo Stalin con la deshonrada oferta de paz al capitalismo universal.

6 – Revoluciones que asumen tareas atrasadas

En el curso de la exposición, el ponente quiso poner algunos ejemplos históricos aptos para eliminar las eventuales y últimas incertidumbres dialécticas acerca de la lógica de la solución abrazada: poder proletario, socialista, comunista, que vive y lucha con su partido y en el Estado revolucionario, mientras que todas las tareas económicas son de contenido inferior, capitalista, e incluso precapitalista.

Una cuestión similar se distingue de otra, totalmente natural en su surgimiento, a la que desde hace no pocos años hemos respondido con ejemplos de naturaleza histórica: Dado que se defiende que el poder de clase hoy en Rusia ya no es proletario, y tampoco de una alianza entre proletariado y campesinos pobres, sino que es poder burgués y capitalista (a pesar de la asumida destrucción física de los componentes de la clase social burguesa), ¿cómo no se ha asistido a un desarrollo de lucha abierta por la posesión y la conquista del poder, que evidentemente sólo podía realizarse en formas armadas? A esta segunda cuestión (aparte de hacer notar que la destrucción de la oposición en el seno del partido en el poder fue muy sanguinaria y de masa, aun si no se manifestó una resistencia colectiva contra la represión) respondimos entonces también con el método histórico, citando casos de clases que han perdido el poder sin perderlo en una lucha, entre ellos el de los Municipios italianos, primer ejemplo de dominio de la burguesía como clase, que desaparecieron sin una lucha general, cediendo el puesto a Señorías de tipo feudal y a una nobleza terrateniente llegada de los villorrios y aldeas cercanas a las ciudades. Por otra vía muy diversa debía luego la clase burguesa, después de siglos, volver a subir al poder, y esta vez tras insurrecciones y guerras de verdad.

Ahora no sólo queremos probar que no es contradictorio con la teoría general el acontecimiento histórico en examen de la degeneración del poder social, sino la otra hipótesis histórica construida en doctrina y no verificada por las repetidas condiciones; es decir, la persistencia de un poder de clase, que durante larga fase no realice las formas sociales características suyas, y esté obligado por la determinación histórica a realizar formas distintas, e históricamente anteriores, más atrasadas, y llevar a cabo – lo que quisiésemos definir como una ola de regurgitación de las revoluciones. Puesto que no está conforme con nuestra defensa de la validez de una doctrina de la historia surgida con el marxismo materialista el admitir un curso excepcional para un país individual, Rusia; o por una histórica fase individual, como la destrucción del sistema zarista al inicio del siglo en curso.

Y asumimos que otras clases, distintas del proletariado, y en otros países que no son Rusia, han debido realizar a análogas tareas, impuestas por el proceder de las causas económicas y sociales y de] desarrollo de las relaciones de producción. Nos hemos referido, por tanto, a los Estados Unidos de América y a la guerra civil de 1866.

7 – Revolución americana antiesclavista

Bajo otras circunstancias hemos hablado de la revolución nacional americana de finales del siglo XVIII. Marx ponía un paralelo entre esta guerra de independencia, a la que llamó señal de la revolución francesa-europea a caballo entre dos siglos, y la guerra de secesión entre los Estados del Norte y del Sur, de la que esperaba otra señal para un movimiento social proletario en Europa, que con las guerras nacionales de aquellos años, 1866–71, no se desencadenó.

La guerra de liberación, contra los ingleses, de los colonos de Nueva Inglaterra fue una guerra de independencia, pero no se puede tampoco llamar propiamente una guerra-revolución nacional como las europeas de Italia, Alemania, etc. Faltaba el elemento de raza, puesto que los colonos eran de nacionalidad mixta, y prevalecientemente idéntica a la del Estado metropolitano, y sobre todo fueron factores económicos y comerciales los que los impulsaron a la emancipación política.

Aún menos puede llamarse revolución burguesa a una tal guerra, en cuanto que en América el capitalismo no surgía de formas feudales o dinásticas locales, no existían allí ni aristocracia ni un verdadero clero, y por otra parte Inglaterra, contra la que se sublevaron, era completamente burguesa desde el siglo XVI–XVII, habiendo abatido radicalmente al feudalismo desde entonces.

La teoría de la lucha entre las clases, y la de la serie histórica de los modos de producción, recorrida análogamente por todas las sociedades humanas, no deben entenderse nunca como banales y formales simetrías, y su aplicación no se puede hacer sin un entrenamiento engelsiano en el manejo de la dialéctica. Siempre a propósito de la independencia norteamericana, la escuela marxista hizo notar repetidamente cómo la Francia de antes de 1789, aún feudal, simpatizó en formas positivas con los insurgentes, contra la Inglaterra capitalista; la cual debía luego cobrárselo en las coaliciones antirrevolucionarias, y finalmente venciendo con la Santa Alianza feudal en Waterloo.

En el ejemplo de la guerra civil de 1866 no están en juego factores de libertad nacional, y ni siquiera en el fondo un factor racial. Los Estados del Norte combatían para abolir la esclavitud de los negros difundida y defendida en el Sur, pero no se trató de una rebelión de los negros, que a menudo combatieron en las formaciones sudistas al lado de sus patronos. No se trató de una revolución de esclavos para abolir el modo esclavista de producción, a la que sucediesen la forma aristocrática y la servidumbre en los campos, y el artesanado libre en las ciudades. No había nada parangonable al gran traspaso histórico entre estos dos modos de producción, que se tuvo a la caída del Imperio Romano, con el advenimiento del cristianismo y las invasiones de los bárbaros, todos ellos factores que conducían a la abolición, en el derecho, de la propiedad sobre la persona humana.

En América, la burguesía industrial del Norte dirigió una guerra social y revolucionaria, no para conquistar el poder a costa de la aristocracia feudal, que en América no había existido nunca, sino para proceder a un traspaso en las formas de producción, muy retrasadas respecto a aquello con lo que históricamente nace la sociedad burguesa: la sustitución de la producción por medio de mano de obra esclava, con otra por medio de asalariados, o de artesanos y campesinos libres, mientras que las burguesías europeas habían tenido que luchar sólo para eliminar la forma de la servidumbre de la gleba, mucho más moderna y menos atrasada que la esclavitud.

Esto prueba que una clase no está «predestinada» a una sola tarea de traspaso entre formas sociales. La burguesía americana no debió dedicarse a abolir los privilegios feudales y la servidumbre, sino volver atrás y liberar a la sociedad del esclavismo.

8 – Paralelo dialéctico

En este ejemplo se da la analogía con la tarea de la clase proletaria rusa, que no fue el pasaje de la forma capitalista a la socialista, sino la precedente regurgitación histórica del salto del despotismo feudal al capitalismo mercantil; sin que esto contradiga mínimamente a la doctrina de la lucha de clase entre asalariados y capitalistas, y de la sucesión de la forma socialista a la capitalista, por obra de la clase asalariada moderna.

Los terratenientes del Sur fueron derrotados en la revolución de 1866 por la burguesía industrial, que aunque más atrasados en la historia que los nobles feudales en cuanto propietarios de esclavos, y aunque más avanzados que esos en cuanto que ya existía una trama social mercantil. La burguesía nordista no dudó en asumir una tarea regurgitada, y llevada a cabo en otras partes por muy distintas clases; por los caballeros feudales y germánicos, o por apóstoles de Judea: liberar a los esclavos.

Puede objetarse que tal trabajo de limpieza histórica no le dejó al capitalismo del Norte otras tareas de revolución. Pero si el Sur hubiese vencido en la guerra civil, como hubo una cierta probabilidad, por un lado la tarea habría quedado pendiente para el futuro, por otro habría sido muy distinto el prorrumpir del capitalismo en América, lanzado al primer puesto en el mundo.

En Rusia, la tarea de destruir el último feudalismo no era poco para una clase obrera victoriosa entre tan terribles pruebas, mientras que era ciertamente demasiado lo que Stalin fíngio que se quisiese de ella, o sea, el abatimiento del capitalismo de todos los países. Esto debía permanecer, permaneció, y permanece como la tarea propia de la clase obrera en los grandes estados industriales más avanzados del mundo.

9 – ¿Por qué no se recurrió a las armas?

Esta pregunta tuvo que hacérsela Trotski, que tenía con otros valerosos bolcheviques, hasta la muerte de Lenin y después, las fuerzas armadas bajo su dependencia.

Ni él, ni otros de la corriente con él solidaria, entonces o después recurrieron a la fuerza, ni pensaron desencadenaría con las formaciones de Estado o de organizaciones nuevas. La policía oficial, y el pleno control del ejército, permitieron a la corriente que había prevalecido en el Partido batir a sus adversarios y realizar a continuación el verdadero exterminio, en cuanto los pasados por los pelotones de ejecución no sólo se limitaron a los conocidísimos procesados, sino que alcanzaron a millares y decenas de millares de trabajadores y de bolcheviques viejos y jóvenes.

Las armas decidieron pues, pero esta vez apuntaron en una sola dirección. Stalin dijo, y debía decir, que era una dirección de clase: pero hoy, 1956, a sus cofrades de entonces les resulta más difícil probar que los abatidos militaban para la burguesía extranjera. Domina hoy la prueba de Kámenev, potente orador, de que la derecha oportunista eran los vencedores y de que la sanguinaria batalla fue vencida por el estalinismo, por la parte «gran-rusa», hoy más que nunca atada fuertemente a aquellos orígenes, al servicio del capitalismo internacional.

Stalin jugó mucho, con el desventurado Bujarin, sosteniendo que la oposición carecía de una línea decidida y era un confuso bloque de saboteadores. Bujarin pagó el error, no con arrepentimientos de imbécil o de mezquino, sino pasando luego a aquel que no era bloque, sino que era el único Partido de la revolución, para añadir la fiera cabeza a aquellas caídas, y fue de los que no la plegó ni un centímetro en las más feroces inquisiciones.

Pero, en efecto, la línea de las oposiciones rusas no era continua. En tiempos de Lenin, de Kolontái, de la paz de Brest-Litovsk (¡siempre Bujarin!), de la resistencia a la NEP de Lenin, pintada como debilidad hacia los campesinos, de la revuelta oscura de Kronstadt, con los motivos de oposición a los primeros actos de gobierno del partido bolchevique se unieron, entre generosas ingenuidades, errores graves, anarcoides, sindicalistas y laboristas, aversiones a los principios cardinales: dictadura, centralismo, relación entre clase y partido.

En la primera oposición de Trotski en 1923–1924, en que Zinóviev y Kámenev condujeron con Stalin la lucha que le depuso de las direcciones militares, la posición no era concluyente. No fue denunciado el peligro de derecha en el partido y no fue individualizada todavía, como se hizo magníficamente en 1926, la insidia radical de la teoría edificadora del socialismo ruso, que volvió la espalda a la revolución internacional. Se denunciaron los atropellos estalinistas con la justa reacción contra las imposiciones de Estado contra los miembros disidentes del partido, mientras que en la dictadura revolucionaria el partido es soberano respecto al Estado. Esto se prestó a equívocos con banales reivindicaciones de «democracia».

10 – La burocracia mira equivocada

Pero se enunció entonces una teoría equivocada y peligrosa. El poder en Rusia había sido arrancado a la burguesía y era plenamente proletario, pero caía en las manos de una nueva y tercera clase, la burocracia estatal e incluso de partido.

¡Hemos dedicado mucho trabajo para probar que la burocracia no es una clase y no puede devenir sujeto de poder, como en el marxismo no es sujeto de poder el dirigente, el tirano, el as, o la oligarquía! La burocracia es un instrumento de poder de todas las clases históricas, y es el primero que se pudre cuando están decrépitas, como los fariseos y los escribas de Judea, los pretorianos y libertos de Roma. Administrar el traspaso de zarismo a capitalismo industrial entremezclado con la agricultura libre, mal se puede hacer sin un vasto aparato burocrático, que contiene debilidades y peligros. Un partido centralizado y de fuertes tradiciones no debería temer a la burocracia en y puede afrontarla con las medidas de la Comuna exaltadas por Marx y Lenin: Gobierno barato, rotación y no carrera, salario medio obrero. Todas las innumerables degeneraciones han sido efecto, y no causa, de las invertidas relaciones de fuerzas políticas.

El socialismo no deberá temer el peso de la burocracia silo deberá temer la economía dirigida y basada en empresas aisladas contablemente, aunque estén estatizadas; el capitalismo de Estado que nada en el estanqué mercantil.

Este estatismo-dirigismo mercantil no escapa a todas las inútiles operaciones anárquicas de la contabilidad en partida doble y dé los derechos individuales de personas físicas y jurídicas. En ambiente mercantil, el embarazoso aparato público no sé mueve más que sobre la iniciativa individual y privada: todo se hace sobre peticiones que llegan de la periferia al centro, se disputan al campo, exigen penosas confrontaciones y cálculos incluso para ser rechazadas. En la gestión socialista todo está dispuesto por el centro sin discusión, tanto más simplemente cuanto el retiro de seiscientas raciones por obra del furriel de la compañía lo es respecto a cuatrocientas adquisiciones de cosas diversas dé cualidad y cantidad, a su deliberación, registro, reclamo, aceptación o rechazo o sustitución, y así sucesivamente para otras mil cosas.

Un sistema capitalista y monetario puede temer como mal social, pero no como tercera fuerza clasista a la burocracia. El socialismo – incluso en el estadio inferior y no comunista, o sea, con consumo racionado todavía – en cuanto fuera del instrumento monetario y de mercado, deja a la burocracia en el basurero entre los hierros viejos, como hará, según Engels, con el Estado.

La oposición rusa vio tarde a su enemigo, y por esto debió sucumbir sin la adecuada lucha. En 1926 no pudo más que entregar a la historia sus armas doctrinales, y caer heroicamente. Pero aquellas bastaron a distancia de años para presenciar la muerte de muchos verdugos, y la liquidación del caudillo Stalin que, habiendo salido mal de aquel último choqué de teorías, había triunfado sin embargo sobre los cadáveres de sus adversarios, en modo que el mundo creyó no sólo feroz, sino también inapelable.

11 – ¿Por qué no se apeló al proletariado?

Esta última e ingenua pregunta puede referirse al proletariado mundial y al ruso. Fue precisamente acusado el grupo de Trotski de apelar, contra la decisión del partido ruso, a la Internacional Comunista: mientras habían sido amenazados por el Partido si lo hacían, y fueron acusados de haber prometido y faltado a la promesa. En otros puntos hemos referido cómo desde Febrero de 1926, en precedente Ejecutivo Ampliado del Comintern, la lucha estaba abierta en el partido ruso y se la llevó a una comisión, pero no al Plenum. Estaban presentes por última vez antes de los arrestos en masa, los delegados de la izquierda italiana. Entonces no se hablaba del «bloque» con Trotski, y nosotros fuimos los únicos en preverlo, o mejor, en definir idéntica la posición de Trotski, Zinóviev y Kámenev, escarnecidos por los conocedores de los secretos de la vida bolchevique.

Y bien, los delegados italianos de izquierda, después de haber estado solos sosteniendo contra Stalin que el problema del rumbo de Rusia era problema internacional, fueron intimidados si lo planteaban en el Plenum Ampliado, con el muy «político» argumento de que tenían derecho, pero la discusión (que se tuvo después en el sucesivo Diciembre) habría provocado medidas disciplinarias más severas contra los compañeros opositores en el seno del partido ruso ¡Si bien paralizados por esta pesada responsabilidad, los representantes de la izquierda italiana fueron a la tribuna del Congreso, pero su intervención provocó sólo un tumulto y el cierre de la discusión, so pretexto de que lo mismo pedía el partido ruso, unánime entre mayoría y oposición! En aquellos mismos meses, los opositores alemanes – entre los que todavía las tendencias anarquizantes y sindicalistas no faltaban – propusieron a los italianos salir de la Internacional denunciándola como no revolucionaria, y fundando un nuevo movimiento (más tarde los trotskistas debían fundar la IV).

La izquierda italiana, que había denunciado desde hacía años el peligro oportunista, previendo su incremento, entonces no tan manifiesto como hoy, sobre la base de su precisa línea marxista, no se consideró entonces en condiciones de aceptar una indicación similar. Ni después la de los trotskistas.

En cuanto a pedir el juicio, sobre el grave tema histórico, a una consulta no de las masas del partido, sino del proletariado ruso, tal propuesta aparentemente obvia no tiene ningún contenido fundamental. Desde entonces, y cada vez más, los Congresos del partido y de los soviets ensalzaron a Stalin y a sus métodos, que no eran prejuicios personales sino el curso de fuerzas colectivas e históricas, alcanzándolas en condiciones de prevalecer en los acontecimientos. Este punto, que se refiere al norte magnético de la historia, a la brújula que debería guiar la revolución que se resuelve para el obrerismo de todos los géneros en modo oportunista y antirrevolucionario, está mejor tratado en la Tercera Sesión de la reunión, parágrafos 26–28.

La victoria del estalinismo, forma moderna y empeorada de la traición a la revolución comunista, estaba pues descontada con la lucha de 1926, y estaba claro desde entonces, para la oposición comunista internacional, que la lejana salvación no podía venir más que cuando hubiera atravesado el ciclo total la degeneración del Estado y del partido ruso, y de las ruinas de la Internacional; no antes de poder hacer el balance, teóricamente ya entonces planteado, del lanzamiento fuera borda, uno después de otro, de todos los principios cardinales de la revolución de Marx y Lenin.

Después de las vergüenzas de la II guerra mundial, y de fornicar con los dos imperialismos burgueses, ha llegado aquella más grave de la tregua, de la paz y, mañana, de la identificación con ellos.

Esto, después de tan amargo, largo y penoso trabajo, hace la gran insurrección no inmediata, sino ciertamente menos lejana.

B) La falsa oposición entre las formas sociales rusas y occidentales

12 – La «marcha» de la industrialización

El centro de la cuestión está en la pretensión de los rusos actuales de que la demostración de la diversidad del sistema soviético respecto al capitalista, además de en la superioridad del primero, esté en el hecho de que de año en año la producción industrial de Rusia se incrementa más, y con una tasa porcentual mayor respecto al producto total del año precedente, que en cualquier otro país del mundo y en cualquier otra época de la historia.

Este punto fundamental de la crítica al XX Congreso ruso, desarrollado en los seis capítulos del «Diálogo con los muertos» – 1956, ha reclamado naturalmente la atención de los compañeros y de los participantes en la reunión de Turín.

El argumento, por tanto, se ha vuelto a exponer, retomando las cifras ya publicadas (en el № 10 del 6–18 de mayo de 1956 de «Il Programma Comunista», Jornada Tercera del «Diálogo con los muertos»), y finalmente de la exposición bajo los subtítulos: «La revolución industrial inglesa»«Los otros capitalismos»«Leyes de la acumulación».

Vueltos a poner en orden los hechos y las cifras, la conclusión es una y segura: la estructura económica y social en Rusia es exquisito capitalismo.

Se ha demostrado que no responderán, como no lo han hecho en otras cuestiones (los abrazos en las juntas, en las comisiones en Italia, con los Titos en Moscú), ya que nada pueden responder, por lo siguiente:
1) Es falso que ese alto ritmo de crecimiento sólo se dé en Rusia.
2) Es falso que ese alto ritmo de crecimiento sólo ahora se haya producido en la historia.
3) Es falso que aún si Rusia fuese al máximo ritmo y a un ritmo mayor que cualquier otro caso histórico, de esto surgiría la prueba de que no es capitalista.

Y nos hemos apoyado, en la parte final del «Dialogato», sobre las frías cifras de una ardiente deducción: precisamente porque el primer capitalismo inglés que modeló al mundo, ya presentó aquellos fenómenos que hoy fanfarronean en Rusia y han sido exaltados con parecido empeño en la época de Stalin semidios y de Stalin semihombre; Carlos Marx, en 1866, lanzó un impetuoso asalto histórico contra la borrachera de satánica alegría burguesa (precursora de los actuales patronos del Kremlin) del canciller de Su Majestad el capital, señor William Ewart Gladstone.

De éste, su casi coetáneo (1809–1898), viejo y capital enemigo, Marx, en una nota a la edición francesa del I Libro del «Capital», dice:

«Los capitalistas, amenazados de ser sometidos a la legislación sobre las fábricas, y de ‹perder la libertad› de explotar sin límites la fuerza de trabajo, encontraron naturalmente en el ministro liberal inglés, Gladstone, a un celoso servidor» (Nota 185 al capítulo VIII).

Jactarse de las maravillas pirotécnicas de la prorrumpiente producción industrial, no es pues una prueba histórica de ser socialistas, sino que lo es por el contrario de ser servidores devotos del capitalismo, y nada cambia el lugar, Londres o Moscú, la fecha, 1866 o 1956. Como mínimo se les debe decir en la cara a aquellos que todavía osan hablar en nombre de la doctrina de Marx, que nosotros hemos obtenido en la obra máxima y cardinal, y en el llamamiento para la fundación de la Internacional Obrera.

13 – Dantesco prospecto del infierno burgués

Las cifras que fueron publicadas en aquella ocasión, y que fueron releídas y comentadas en la reunión turinesa, están aquí recogidas en un cuadro de conjunto, al que los grupos de la organización le dedicarán un trabajo ulterior.

Hemos indicado las fuentes, todas rusas, y queremos advertir una sola cosa. En general, nosotros no reproducimos los índices anuales de las tablas de las que partimos, sino sólo los incrementos relativos. Por ejemplo, en la tabla, al inicio del informe de Jrushchov, el índice de la producción industrial ruso es puesto en 100 en 1929. Encontramos la cifra 466 para la producción de 1946 y la cifra 2049 para la de 1955. Sin reproducirlas, nosotros añadimos el aumento en el curso de los nueve años que las separan, y que es el 340 % (en otras palabras, en 1955 se ha producido 4,40 veces el producto de 1946 – pero según el «Anuario Soviético» de 1957, p. 45, la relación de 4,4 veces es sólo el crecimiento de la gran industria, y no el de toda la industria o producción industrial, cuyo incremento es más lento, Nota de la traducción –, y deducimos el aumento medio anual que es aproximadamente el 18 (17,9) por ciento (al que, dígase por décima vez, nada obsta que nueve veces dieciocho nos dé 162, en lugar de 340).

El método para elaborar nuestro simple cuadro no está risiblemente tutelado por patentes depositadas a nombre de un necio cualquiera. Nosotros sólo hemos separado entre ellas, cronológicamente, los típicos períodos, ante todo para poner de relieve que esos, sí prueban el hecho (no la ley) del desarrollo desigual capitalista, también prueban el descubrimiento marxista de la internacionalidad del proceso.

Con tal sistema hemos eliminado, obviamente, los jueguecillos que se hacen desde Moscú (y subservicios), continuamente, entremezclando los períodos. Por ejemplo, la producción rusa es veinte veces mayor que en 1929, mientras que la americana solamente lo es 2,34 veces. Pasando a 1913, la relación rusa se convierte en 39 contra 3,5 la americana. La relación no es muy distinta. Pero cambia si partimos de las mayores depresiones: desde la rusa de 1920, la carrera es más espectacular: 160 veces (!) en 35 años.

Si tomamos la depresión americana máxima de 1932, también tenemos sin embargo un fuerte salto: 4,4 veces en sólo 23 años (de 54 a 234). Pero leemos en la tabla de Jrushchov («Boletín» № 7 suprimido, «Por una paz estable», de 1956) otro vértice de la producción americana: 215, en 1943 (en plena guerra, cuando se producían armas para que las empleasen los proletarios rusos), que respecto a 1932 da la relación de 4 veces en sólo 11 años. Al mismo tiempo, Rusia pasa de 185 (en cuanto la producción de 1932, según la tabla de Varga, varía respecto a 1929, año base de la tabla de Jrushchov, de 233 dividido por 126, o sea, 185 dividido por 100) a 573. He aquí que las relaciones son muy distintas, incluso a la inversa: Rusia 3,1; América 4,0.

Y si finalmente se toma la sola tabla de Jrushchov, fresca, fresca, entre 1937 y 1943, en seis años tendríamos para Rusia desde 428 a 573, relación 1,33, mientras que, para los Estados Unidos, de i 03 a 215, relación 2,1; mucho mayor. La tesis «a sensation» se ha invertido.

Incrementos Totales y Medios Anuales de la Producción industrial en los Países y en los Períodos Típicos del Desarrollo Histórico del capitalismo.
(Expresado en porcentajes del producto anual precedente)
Períodos
Países
Aumento en % 1880–1900
Años: 20
Paz
1900–1913
Años: 13
Imperialismo
1913–1920
Años: 7
1ª Guerra
1920–1929
Años: 9
Reconstrucción
1929–1932
Años: 3
Crisi
1932–1937
Años: 5
Reanudación
1937–1946
Años: 9
2ª Guerra
1946–1955
Años: 9
Reconstrucción
Gran Bretaña en el periodo 100 40 0 0 −30 55 −5 53
anual medio 3,5 2,6 0 0 −11,2 9,2 −0,6 4,8
Francia en el periodo 250 130 −38 126 −31 5 −23 98
anual medio 6,5 6,6 −6,6 9,5 −11,6 1 −2,9 7,9
Alemania en el periodo 300 150 −45 87 −36 90 −69 510
anual medio 7,2 7,3 −8,2 7,2 −13,8 13,7 −12,2 22,3
EEUU en el periodo 400 150 26 37 −46 69 51 53
anual medio 8,4 7,3 3,4 3,6 −18,6 11 4,7 4,8
Japón en el periodo 800 250 57 89 0 75 −70 370
anual medio 11,6 10,1 6,7 7,3 0 11,8 −12,5 18,8
Rusia en el periodo −87 1300 85 150 0 340
anual medio ca. 13 ca. 10 −25,3 34,1 22,8 20,1 0 17,9
El presente cuadro está elaborado solamente con datos de fuentes rusas (Varga, Stalin y Jrushchov). Los indices de los primeros dos períodos han sido extraídos de las cifras relativas a las industrias básicas, aportadas por Varga.
Desde el vértice, estando dispuestos los Estados de arriba hacia abajo según la edad de la forma industrial, emerge que el capitalismo más joven tiene un incremento medio más rápido.
De los horizontales emerge que en una fase normal, el ritmo de crecimiento de cada país decrece con el tiempo.
De las fases de posguerras y poscrisis emerge que la reanudación es tanto más fuerte, cuanto más joven es el capitalismo, y la caída ha sido violenta.
El horizontal ruso confirma todos los desarrollos de las otras formas capitalistas.

Ordenando nuestro cuadro, todo él hecho con datos rusos, hemos planteado pues la cuestión fuera de los jueguecillos deshonestos propios de todas las difusiones oficiales de los centros políticos, ya sea desde el Este o desde el Oeste. Esto es todo.

14 – Leyes de la acumulación

Hemos expuesto en las dicciones al pie de página, en el prospecto, las armónicas y regulares deducciones que puede sacarse quien lo consulta, manteniendo un ojo sobre el mapa del mundo y el otro en los 60–70 años de historia que se han grabado en las válidas o frágiles carcasas de la generación que está para ponerlos en conserva.

Tales concomitancias repiten con otras palabras la ley general de la acumulación capitalista establecida al inicio de todo el ciclo del marxismo.

Esta simple ley, desnaturalizada por la mayor parte de los que la invocan, y pavorosamente en el escrito económico senil de Stalin (que el XX Congreso no ha rectificado, sino al contrario, ulteriormente desviado de la línea de Marx), se puede expresar así: la producción capitalista hace crecer la «riqueza» bajo forma de un cada vez mayor «volumen de mercancías», con el continuo aumento de la producción. Pero la medida de un tal aumento no sólo no da la medida de una ventaja para la sociedad (cuando no se entienda por ella una clase minoritaria), sino la del riesgo de mayores ruinas y miserias. La carrera a la acumulación se hace con la concentración de la riqueza en «un número de manos cada vez menor», y al final (Marx) en una sola mano, que ya no es la de un hombre (Rusia). Las manos de los ex-posesores de partes de riqueza engordan el ejército del trabajo, o sea, de aquellos qué viven -si y cuando trabajan, y (con el tiempo) un poco mejor siy cuando trabajan- de la sola venta de fuerza de trabajo. Aquí está el sentido de la creciente miseria.

Con vicisitudes alternas el paso de la acumulación se invierte en una marcha atrás, con inmensa destrucción de productos y de instrumentos de trabajo, ya sea por crisis de sobreproducción o por sangrientas guerras de carácter mercantil (imperialismo).

El secreto del pasaje de la acumulación, por el que se excitan los Gladstone y los StalinJrushchov, es éste. He aquí el paso positivo: él capital se concentra y, formándose otras masas de expropiados (artesanos, campesinos, pequeños emprendedores), la miseria crece con la riqueza, porque los depauperados crecen desmedidamente (en Marx: «die Masse des Elends», literalmente: la masa de la miseria). Y ahora el pasaje negativo: la disminución de la producción significa paro, la crisis mercantil hace caer igualmente las empresas menores y a los rentistas menores: todos queman las últimas reservas. La riqueza no sube, sino que desciende. Gracias al capitalismo, la miseria, en éste como en el otro caso, crece, en todas partes y siempre.

Por consiguiente, la euforia durante los períodos de subida, en toda época y lugar, es una euforia apropiada sólo para los amigos y los servidores del capital.

Independientemente de los efectos y de los ciclos de las crisis generales del mercado y de las guerras mundiales, la ley «geométrica» o de la proporción progresiva de la producción, querida por Stalin como por Bulganin (pero que en sus manos, como en las de BenthamGladstone, se retuerce como una víbora cuando del campo manufacturero se pasa al agrario), conduciría a tal montaña fabulosa de mercancías inconsumibles que la vida del capitalismo sólo es posible gracias a su ley interna de la caída histórica de la tasa media de ganancia.

Para la economía marxista, la tasa de ganancia es proporcional a la de la acumulación. Nosotros llamamos ganancia a la parte que le queda al capitalista del producto total, tanto que se la destine al consumo de la clase dominante, como que se la dediqué para nueva inversión en capital. Está claro que en todo el curso prevalece el segundo destino. Tasa de ganancia – en Marx – es el porcentaje de la parte patronal en el producto total (para nosotros capital, para los burgueses facturado-ventas) y no en el valor, real o nominal, de los instrumentos de producción (instalaciones de la empresa productora) que los burgueses confunden a veces con el patrimonio, otras con el mismo capital de la empresa – en las sociedades anónimas expresión del conjunto de las acciones, que sin embargo dan distintas cifras, según el valor nominal con el que fueron emitidas, o según su valor venal cotizado en bolsa.

De cualquier modo, la ganancia que una empresa obtiene, y la parte que distribuye, varían igual que el producto obtenido cada año, deducidos todos los gastos (en Marx, deducido capital variable y constante).

La ley general de la ralentización histórica del incremento productivo expresa, pues en principio, la otra ley básica de la tendencia al descenso de la tasa de ganancia media, que con error gigantesco se cree sustituida por Stalin e hijos por una ley de la máxima ganancia. Y con bestialidad todavía más grande pretenden ellos leer tal estupidez en la historia leniniana del imperialismo, de la sobreganancia, de la ganancia de monopolio, teoría en la que todos los teoremas de la economía de Marx se mantienen firmes e inmutables, para quien no haya bebido. Estos economistas ebrios no leyeron en Marx cómo el Capitalismo, lejos de ser salvado para la eternidad por el Ángel de la Libre Concurrencia, está condenado a caer bajo la Némesis del Monopolio. Este proceso se lee – en ciencia económica – no con la ley de la ganancia, sino con la misma combinada con la Teoría de la Renta.

15 – Repasando el cuadro

Las indicaciones dadas no tienen necesidad de más comentarios: el cuadro, además, es un instrumento: cada uno puede manejarlo.

En él, está claro, no figuran los primeros pasos de los capitalismos más viejos, y sobre todo del inglés. Este entra ya en escena a ritmo lento de acumulación: aproximadamente el 3 %, menor que todos los concurrentes. Las guerras no invertirán el ritmo: aquí salta a la vista nuestra vieja desesperación por la imbatibilidad militar de aquella isla. Si creyésemos en los síes en la historia, diríamos que el mapa mal girado por Bonaparte nos cuesta un siglo de socialismo.

En la primera guerra se arruinan todos los combatientes europeos, también la Francia vencedora, pero los de ultramar hacen mucho más que Inglaterra: no sólo no se detienen, sino que avanzan con un incremento frenado, ¡pero positivo!, América y Japón.

El capitalismo inglés, saciado de riqueza y de potencia, duerme durante 17 años en los laureles de la época de Gladstone. Mostramos que Marx calcula hacia 1860 incrementos del 7–8 % e incluso más, parecidos a aquellos con los que en nuestro cuadro debutan, a finales de siglo, Francia y Alemania. Pero también mostramos cómo aún antes, en el treintenio de 1830–1860, se tenían también en Gran Bretaña ritmos más altos, parecidos a los de fin de siglo de Estados Unidos, Japón y Rusia.

Los Estados Unidos atravesaron también la segunda guerra con una marcha de ganancia decidida, y la conservaron en la presente fase de reconstrucción: pero más baja todavía de la de inicios de 1900. Inglaterra tendrá una pequeña flexión en esta, menos grandiosa para ella, segunda guerra, y responderá con una relativa aceleración contemporánea, a ritmo igual al estadounidense, o casi.

Francia, vencedora por segunda vez, pero fieramente golpeada, tendrá disminución en la guerra, y después reanudará la senda con un crecimiento excepcional, como en la reconstrucción precedente de 1920.

La poderosa Alemania, con equipamiento modelo, caerá pavorosamente en las dos guerras, pero igual de audazmente volverá a levantarse. En la segunda revancha bate a todos, e incluso a la misma Rusia, con el 22,3 % anual medio contra el 17,9 % ruso. Pero hay más: en el último año, Rusia crece al 12,7 % y para los próximos cinco años planifica al 11,5 %. El año i 955, por el contrario, en Alemania ha dado el máximo ritmo, y por consiguiente, más del 23 %. Hoy, la Alemania de Bonn se industrializa a doble velocidad que Rusia. En la producción agraria la cuadruplica, como mínimo. Entonces, ¿dónde está el socialismo? Ni en la una ni en la otra: ¡pero llegará antes en Alemania!

Y es sobre el Japón donde el efecto de la Segunda Guerra invierte el de la primera. La caída ha sido tan pronunciada como la alemana. La actual reanudación es un poco menor que la alemana, pero a la par de la rusa. Con la misma diferencia, que en Japón los últimos años continúan a los precedentes, y la carrera continuará. Rusia por el contrario se repliega, como ritmo de incremento: se repliega, y lo dice el cuadro -o sea, lo dicen los gobernantes rusos- desde 1920, cuando reanudó el crecimiento para salir del precipicio en que había caído en la Primera Guerra, seguida de la terrible aunque victoriosa guerra civil de 1917–20. El peor ritmo negativo, aparte de Rusia, que vemos en las dos guerras es del 12,5 % de Japón: Rusia en la primera presentó el 25,3 %, que en diez años trituró la producción desde él índice 100 al 12,5 %: la octava parte.

16 – Peor las crisis que las guerras

El cuadro tiene una caída vertical más impresionante que las de guerra. Se refiere al viernes negro americano, de i 929, que desde i 930 a i 932 hizo retroceder la producción de modo desastroso, con carteo de quiebras, cierre de empresas y desocupación general.

La crisis tuvo su máximo efecto en los Estados Unidos, y produjo su único índice negativo de su curso histórico. Pero es un negativo tremendo: ¡el 18,6 %! ¿Cuál es la explicación? Para nosotros está clara: el único país que en la guerra, no sólo ha vencido, sino que ha continuado desarrollando la máquina de la producción industrial, ha sido condenado por la ley DanteMarx hasta descender al peor escalón del infierno. Y así sea.

Alemania, que ya se había hundido en la guerra, vuelve a resentirse fuertemente con la crisis, y cae, a la alta velocidad del 13,8 %. Francia cae, a una velocidad menor, al 11,6. Gran Bretaña (entonces estrictamente ligada a la economía americana, mucho más que hoy) apenas consigue resistir un poco mejor. Sin embargo, entre la crisis de 1932 y la nueva guerra hay una nueva reanudación general. Los Estados Unidos vuelven a crecer con el poderoso 11 % anual positivo. Gran Bretaña los acompaña con el 9,2 %, saliendo de su sueño económico, por demasiada plenitud, de medio siglo, y Gladstone, desde su tumba, parece levantarse ansioso. Francia, después de tantas y tan duras pruebas, por el contrario, reacciona muy poco. Alemania hace otro milagro y vuelve a subir (estamos en la época dé Hitler y de un capitalismo estatal que recuerda la estructura rusa) con el 13,7 %.

¿Cuál fue el efecto de la crisis americana incluso fuera de Europa? Japón la advierte deteniéndose durante aquellos tres años en las posiciones alcanzadas, para poner remedio reanudando velozmente en los años buenos: 11,8 %. Aplicamos el incremento total de 75 al periodo 1929–37, de 8 años: la velocidad de avance medio es un poco menos del 7 % anual y se inserta en la ley histórica de la caída horizontal. En estos mismos 18 últimos años, los indices de Japón, primero cediendo, después reanudando, varían (Jrushchov) desde 169 a 239, incremento total del 41 %. El ritmo medio es más bajo: 2 %. El impresionante ascenso de Japón no desmiente la ley de la ralentización. Y tampoco la alemana, en 18 años, desde 114 a 213 dan el 87 %; anualmente sólo el 3,5 % aproximadamente. Pero la misma Rusia, desde 1937 a 1955, pasa de 429 a 2049, con un 370 %, sólo tiene el ritmo anual del 9 %, mientras que en los períodos anteriores y más cortos encontramos 20,1; 22,8 y 34,1 %. La ley general subsiste plenamente.

17 – Objeciones de la contratesis

Topándose el contradictor con este robusto 34,1 %, podría contestarnos que este número ruso aún es el más alto de la tabla. ¿Cómo se explica el hecho?

Ante todo, nos las estamos viendo con el más joven de los capitalismos concurrentes, y es un primer elemento concomitante con el proceso general. Y finalmente, estamos de inmediato y seguidamente ante el más espectacular resbalón de todo el cuadro: 25,3 % anual, por las razones ya expuestas. Y si como hemos hecho en otros casos, sumamos los dos períodos contiguos, formando uno sólo desde 1913 a 1929, con 16 años, los índices extremos, según nuestros datos, son 72 y 126 o 100 y 190. El 90 % de incremento en 16 años no es enorme: responde al 4 % anual medio aproximadamente; ritmo que se ralentiza regularmente después de los precedentes del capitalismo zarista. La alta cifra, el 34,1 %, se deriva del bajísimo nivel de i 920. En efecto, el nuevo capitalismo ruso, sencillamente, es un niño. El viejo capitalismo zarista se había extinguido en 1920: una caída del 87 %, reducción en siete años a un octavo, o la octava parte, no la encontramos en ninguna parte del cuadro:

Alemania y Japón, aplastados en la segunda guerra mundial, han salvado también el 31 y el 30 % de la producción tras 9 años, y tenían una estructura para volver a crecer.

Pero hay otra objeción que, como nadie nos paga, con certeza no callaremos. Rusia pasa a través de la crisis mundial de entreguerras de 1929–32 como una salamandra. No hace como Japón, que se limita a estar tres años con la misma producción, sino que continúa su avance a un ritmo muy sostenido: el 22,8 %, como los mejores que conocemos, incluso en casos excepcionales; y sólo ha vuelto a ser batido por el que ocupa el primer puesto, por el ahora mismo discutido periodo 1920–29, que había sido de reanudación mundial, salvo en Inglaterra.

¿Este fenómeno de «indiferencia ante la crisis» puede bastar para hablar de una economía con carácter no capitalista?

En 1929, el naciente y superjoven capitalismo soviético no tenía canales de comunicación con el capitalismo y el mercado internacional. Estos canales empezaron a establecerse de modo apreciable diez años más tarde, con la guerra de 1939.

Esto explica por qué la crisis no se extendió a Rusia, que estaba en fase de grave subproducción (la veinteava parte de la actual, una décima parte, y menos, de la producción per cápita – por cabeza –, de los países capitalistas de entonces). Por tanto, una crisis de sobreproducción, en el interior de Rusia no podía hacer su aparición, ni penetrar desde el extranjero. La crisis se desarrolló en toda su tragedia fuera de sus fronteras. Para explicar esto, de hecho, no hace falta admitir el beneficio de un hipotético sistema económico distinto en su estructura interna. El mérito de este fenómeno original en la historia (moderna) se remonta a… José Stalin.

Entre 1926 y 1939, la clave de la política rusa, que la fuerza de la historia le dicta al «dictador», es la del telón de acero. Goza el viejo mundo en Occidente porque no lo pueden alcanzar las llamas de la revolución: gozará Rusia, neonata en una revolución capitalista sin precedentes históricos, de que no la puedan alcanzar las llamas del incendio anárquico de los capitalismos demasiado maduros. Moría el viejo jefe creyendo que, si un día el telón se hubiese levantado, como en 1939 habrían pasado las llamas de la guerra; creía, quizás, que llegase enseguida el otro viernes negro, antes de que el capitalismo alemán estuviese de nuevo vestido de acero, además que de dólares: entonces habría vuelto a descender en armas para el «segundo golpe», que en un momento genial había profetizado en 1939, y habría asido con sus colmillos en la garganta de una América en crisis, observada con el blanco de los ojos en el drama de Yalta.

El culto de este mito, que nosotros consideramos en los decenios manchado de sangre de los revolucionarios y destinado a hundirse vilmente, como sucede hoy, ha cedido el lugar a una posición aún más vil: la crisis de occidente ya no llegará, según las teorías emuladoras y coexistencialistas de los Mikoyán.

Si la crisis no llegase nunca, ellos, del brazo con Keynes y Spengler y la embriagada ciencia de América, nos habrán derrotado, Marx, Lenin y nosotros, lejanos pollastros del rojo Chanteclair. Y bajaríamos la cresta.

Pero si una crisis llegara, como llegará, no sólo habrá vencido el marxismo. La risotada feroz de Stalin ya no podrá sonar detrás del silbido de los primeros misiles, pero no valdrá para nada que, según su sucia moda, Jrushchov y colegas blasfemen contra si mismos. ¡Por el telón, convertido en una emulativa tela de araña, la crisis mercantil universal también morderá el corazón de la joven industria rusa. Esta será el resultado de haber unificado los mercados y hecho única la circulación vital del monstruo capitalista! Pero quien unifica el corazón bestial, unifica la Revolución, que después de la crisis de la segunda entreguerra, y antes de una tercera guerra, podría encontrar su hora mundial.

C) ¿El sistema socialista «FIAT»?

18 – Una indicación del alma italiana

En el cuadro no hemos incluido a Italia, de la que en el «Dialogato coi morti», en dicho lugar hay algunas cifras. Ante todo, no tenemos cifras rusas antes de 1929, y sobre las indígenas hay que distinguir y entresacar demasiado; algo para hacerse en otra ocasión. Y además, ¿qué edad le damos al capitalismo italiano, y en qué horizontal colocarlo? Es (como en Rusia) otro caso de capitalismo nacido dos veces: no somos los primeros en parangonar el capital y el ave Fénix: debe haberlo hecho el abuelo Marx. A nuestra patria la esperaría el peldaño más alto de la escalera, en homenaje a las grandes y fieras repúblicas marineras y comerciales de la costa, y a las ciudades de banqueros del interior, por no nombrar a las primeras monarquías con Estado central en el Sur y en el Norte, con antiquísimos y seculares linajes, con nombres altisonantes, Federico di Suabia, Berengario, Arduino, César Borgia

Además, sobre todo esto ha pasado más que un retorno de feudalismo en estructura profunda, la servidumbre política nacional y provincial; y el sistema burgués ha vuelto a nacer como pálida importación política de Francia al abrirse el siglo XIX, y de Inglaterra a mediados del mismo: un capitalismo de las tonalidades coloniales pasivas, tarde y malamente ascendido a veleidades imperiales, y hoy caído en servidumbre de América, y en actitudes de mediano comercio.

¡No poco intrigante la escalilla histórica de este país de los títulos relucientes, que vio ejecutivos todavía más lejanos del primer capitalismo esclavista, desde la Magna Grecia a la plutocrática Urbe!

Que no se nos tâche de presunción nacional por no haberlo admitido en los cercos del infierno burgués; que quede, en espera del nuevo Dante, lo que el indulgente tío Engels se atrevió a vaticinarles, en homenaje a sus glorias enmohecidas.

Sin embargo, leemos sobre Italia en las tablas de Jrushchov, que nos sirven de evangelio en este pasaje.

Entre 1929 y 1937, el mundo burgués se hundió con su maldito tobogán. Arrolló el declive de la crisis de 1929–32, y volvió a crecer alegremente entre 1932 y 1937 hacia la guerra. Según Jrushchov, entre estos extremos de 8 años, mientras que Rusia tomaba carrera cuadruplicando su producción a un paso de entorno al 21 % anual, Satanás-Capital en los otros países dormía. Y como durmió en América, también lo hizo en Italia: de 100 a 99. Francia cayó directamente de 100 a 82, mientras que por los términos de la misma caída-vuelta a crecer, Alemania daba de 100 a 114, Gran Bretaña de 100 a 124, y el rugiente Japón, de 100 a i 69.

Benito (Mussolini), que soñaba eclipsar a Pirgopolinice, fue el único pacifista serio que jamás hayamos conocido. En el fragor de los años 1937–46, Italia (de la que discutiremos en otra ocasión por qué sucumbió a la crisis de 1929 de las entonces difamadas «demoplutocracias») sólo cayó desde 99 a 72, una bagatela, un negativo anual de apenas 3,5. Una «guerre en dentelles» (guerra galana).

De 1946 a 1955 es una marcha triunfal. Mientras que los miserables siete u ocho partidos, y los veinte partiditos se reprochan la ruina de la patria, en la carrera por ir a arruinarla ellos, los datos de la euforia (burguesa, y por tanto de todos ellos) suben al galope. En todo el periodo, desde 72 a 194, tenemos un premio del 170 %, que equivale a una media del 12 % anual en números redondos. El orden de la carrera (para la futura ruina de todos) hoy se plantea así: Alemania, Japón, Rusia, Italia, Francia, Estados Unidos e Inglaterra.

Los pasos intermedios en Italia son interesantes. ¡Desde 1946 a 1949 se avanza con el 14,3 %! Luego un poco menos: 1949–50, al 11,5 %; 1950–52, al 9,1 %; 1952–55, al 9,5 %.

¿Quizás se repliega? Italia, sirena del mar, se sonríe, pero no tiembla. El gobernador del Banco de Italia nos ha informado hace poco (lo que quiere decir que las cifras de Jrushchov no son lanzadas a troche y moche) que la producción industrial en 1955 ha aumentado lo mismo que en 1954: el 9,3 %. Ha añadido algo notable; que el mismo año 1955 la producción agrícola ha crecido el 6 %. En un plan quinquenal (¡pero sano, con el gélido 1956!) tendríamos 134 contra 100, en el que cualquier Bulganin estamparía su firma.

Sin embargo, Menichella enseguida se ha puesto a hablar del plan Vanoni, que más que en términos de índices de producción industrial, habla en términos de renta nacional y de ocupación de mano de obra. La confrontación entre los dos métodos la aplastamos para nuestro futuro trabajo de partido sobre la economía de Occidente. En todo caso, para Vanoni en diez años se debe avanzar el 5 % anual (163 contra 100) en las inversiones capitalistas y en el empleo de obreros. Habiendo visto subir el año 1955 la renta nacional total el 7,2 % (primer puesto en Europa tras Alemania, que está en 10), de la renta de 1955 se ha consumido el 78,8 %, invirtiendo en nuevas instalaciones el 21,2 %, si se comprende la construcción, y el 15,8 % si se excluye. Con tales márgenes, las instalaciones fijas en la verdadera y propia industria se han podido incrementar durante el año el 6,9 % (el 1,9 % más que el plan Vanoni), y si se incluye la construcción el 9,7 %.

La cuestión de la construcción es cosa clave en la economía italiana moderna. ¿La casa es capital fijo, o es un bien de consumo? Para otro lugar la elegante cuestión. Ahora nos basta con añadir que, volviendo a los índices industriales del producto (facturado) de StalinJrushchov, nos ayuda otro personaje: Fascetti, con el progreso de los índices de las empresas que gestiona el I.R.I. (Instituto para la Reconstrucción Italiana). Espectacular: media en 1950–55 el 6 %, en el último año, 19 %.

En otra exposición, la analogía del I.R.I. italiano con el «sistema» soviético, por su desdén a las ganancias: para el primer año, ha ido parejo.

19 – Augustae taurinorum

La capital industrial de Italia, que ha hospedado nuestra última reunión, ha merecido un trato cuidadoso.

El ponente se refiere al informe a la reunión de Asti, mantenida el 26 y 27 de junio de 1954 (exposición del texto: «¿Vulcano della produzione o palude del mercato?» («Il Programma Comunista», № 13–19 de 1954).

La FIAT, hacia poco que había celebrado su asamblea anual de accionistas, y el profesor Valletta había expuesto los resultados y balances del año 1953. Este año estábamos a poca distancia de la asamblea y balances de 1955.

Se leyó en la reunión el pasaje del informe de Asti, que ilustra el significado de Turín y de la FIAT en la historia del movimiento obrero y del comunismo italiano. El título general es «¿Volcán de la producción o pantano del mercado?»; el parágrafo, en el número 15, del 7 de agosto de 1954, era «La monstruosa FIAT».

Se trataba de la crítica a la matriz del actual oportunismo comunista italiano: el ordinovismo, el gramscismo. Antes una autocita:

«Estos grupos, en cuanto meten la nariz fuera del barracón ordenado y reluciente de la fábrica de automóviles turinesa, y han tomado contacto con la parte menos concentrada en sentido industrial de Italia, con las plagas agrarias y con las atrasadas, con el problema regional y campesino, cayeron de golpe en una defensa de las mismas posiciones de los más descoloridos partidos pequeño-burgueses de medio siglo antes, ya no se volvieron a ocupar de revolucionar Turín, sino de aburguesar Italia, de modo que fuese toda ella digna de llevar el estandarte de la fábrica turinesa, de ser administrada y gobernada con el impecable estilo de la FIAT».

Volvemos hoy sobre dicho estilo, que es el estilo de los mitos y de los cultos. El mito de Stalin ha recibido fuertes y feos golpes; está por recibir el de las superempresas, y del histerismo motorizado: ya hoy las milagrosas «cadenas de montaje» de la FIAT, de la otra parte del Atlántico, de la General Motors, han tenido que ser paradas en el insomne y perpetuo balanceo.

Por ahora, aquí se levantan nuevas fábricas, y un flujo creciente de coches se arrojan sobre las calles ya atascadas, y cada vez más a menudo convierten en pista la carne humana. Pero el muerto se consagra a sí mismo al mito del moderno Jaggernaut engomado. ¡Se blasfema contra los viejos dioses, no contra el progreso!

20 – VallettaBulganin

Enseguida nos ha sido permitido alinear las cifras del «facturado», o sea, del valor de la producción de un año, y los dos informes nos los proporcionan para cuatro años. En 1952, 200 000 millones; en 1953, 240 000 millones: crecimiento anual, el 20 %. En 1954, a 275 000 millones, crecimiento anual, el 14,6 %. En 1955, a 310 000 millones: crecimiento anual, 12,7 %. En los tres años, 155 contra 100: media del incremento anual, 15,7 %, mucho mayor que el 11,5 % ruso. Valletta supera a Jrushchov.

¡FIAT bate a DINAMO por 15 a 11!

En el informe de Asti, los datos de FIAT no nos sirvieron para la discusión de la pretendida definición de socialista de cualquier sistema industrial con alto ritmo de progresión incremental del producto, sino para la contraposición de la terminología y del cálculo económico en Marx y en los burgueses.

La facturación de FIAT es, para nosotros, el «capital» de ésta: hoy 310 000 millones. Debemos, como en Asti, descomponerlo entre capital variable, capital constante y plusvalía. Entonces determinamos, sirviéndonos de los datos de Valletta sobre el personal, sobre las inversiones en nuevas instalaciones, esta partición: Capital variable, o gastos de personal, 70 000 millones. Capital constante, o sea, materias primas y desgastes, 110 000 millones. Plusvalía, 60 000 millones. Capital total o producto al final del ciclo anual: 240 000 millones.

De la plusvalía, sólo 10 000 millones irán a los accionistas, los otros 50 000 millones, como entonces anunció Valletta, iran a nuevas instalaciones.

Las cifras del nuevo año dan análogos resultados; pero antes recordemos lo distinto que es el lenguaje burgués del nuestro. El capital nominal de la FIAT, del que dimos entonces su larga historia, pasa hoy a 152 millones de acciones de 500 liras, y es de 76 000 millones, contra los 57 000 millones de 1953 y los 36 000 millones de 1952. Ha ganado el 58 % en el primero de los tres años, en el segundo se ha mantenido, en el tercero ha ganado el 33,3 %. El ritmo medio ha sido del 28 % al año. Pero el capital efectivo depende de la valoración en bolsa de las acciones. La misma, que era de 600 en 1953, es hoy de 1354 liras, siempre contra las 500 nominales. El capital real, incluso en el lenguaje corriente, ha pasado pues de 75 500 millones a 205 000 millones. Incremento bienal del 272 %, anual del 65 %.

Si esta cifra indica el «crédito» efectivo de los accionistas «contra» la empresa, de la que son los «patronos», su dividendo anual, o ganancia en el sentido del economista oficial, habría debido crecer a la par. ¡Núnca jamas! Valletta y socios no han entregado a los accionistas más que 7300 millones en 1953, o 10 600 en 1955. O sea, la ganancia accionarial ha descendido desde el 9,7 al 5,1 %. ¡Frenesí de la inversión productiva, ley de la caída de la tasa de ganancia!

Toda la FIAT hoy, sin embargo, no vale ni el nominal de 76 000 millones ni el real de 205 000 millones. En Asti la «estimamos» en no menos de un billón de liras, como patrimonio de inmuebles y máquinas, que nosotros marxistas llamaremos: valor de los medios de producción; para no confundirlos con el capital constante, antes indicado.

Valletta ha dicho hoy que entre 1946 y 1955 han invertido 300 000 millones en nuevas instalaciones, y ha anunciado para 1956 el prestigioso «Mirafiori Sud». La cifra de 50 000 millones vale también hoy como ritmo anual. La FIAT de hoy valdría i billón 100 millones de liras, y seguramente, más y no menos. Haced desaparecer a los accionistas que cubren con sus pedazos de papel menos de un quinto del verdadero valor, y pasaréis del socialismo-FIAT al más elevado socialismo-I.R.I.

21 – La insidiada fuerza de trabajo

Hasta hoy una cosa es notable: el personal no ha crecido más que de 71 000 unidades a 74 000, o sea el 5 % ¡apenas el 2,5 % al año! Así que el capital variable habrá pasado de 70 a 80 mil, aún exagerando sobre las jactadas donaciones al personal, muy elogiado por no haber hecho ni una sola hora de huelga en un año (¡ah, la rojísima Turín!). Poniéndoles incluso 12 000 millones a los accionistas, y 50 000 millones a las inversiones en nuevas instalaciones, la cuenta «a la Marx» de 1955 deviene: Capital variable 80 000 millones. Capital constante 168 000 millones. Plusvalía 62 000 millones. Total 310 000 millones, como es conocido. La plusvalía se divide en 12 000 millones de ganancia para los accionistas, y 50 000 millones para nuevas instalaciones; la tasa total del mismo es de 62 contra 80, o sea 78 %, en el sentido de Marx.

La composición orgánica del capital habría pasado de 11070 (o sea 1,57) en 1953, a 16880 (o sea 2,10) en 1955. Mostramos que ésta es baja porque la FIAT es una armadura vertical que compra las materias primas originales y las transforma una vez tras otra. Por lo demás,¿no hay quizás un truco en las cifras de Valletta, si el capital constante, que era el 46 % del producto en 1953, es en 1955 del 64 %? ¿Comenzamos a ver los beneficios de la automatización? Aún si una amplia tajada de plusvalía para invertir en nuevas instalaciones hubiese sido escondida (efectivamente, la cifra de 1956 esta vez no la han dicho), queda el hecho de que el producto sube el 30 %, en dos años en que la fuerza de trabajo sube el 5 % solamente.

Y aquí revienta el asno – diríamos el asno Vanoni, si el pobrecillo no estuviese muerto. Hemos superado ciertamente el 5 % de nueva inversión ¡pero con el empleo de trabajo no estamos en regla, nos quedamos en el 2,5 % solamente!

¡Quedas Italiucha por debajo, a cero, y vuelve a mirar a la aristocracia proletaria de Turín, prieta en torno a su Valletta! Que un poco después realiza su milagro soviético de las horas semanales y, dosificando una vez más a los Bulganin, les reduce de 48 a 46, de 45 a 44, y de 42 a 40. Sin disminuir en nada los salarios, se proclama; pero también sin aumentar en nada el número de trabajadores.

22 – «Plan quinquenal» para la gran FIAT

De la salita clandestina en la que se desarrollaba la reunión de Turín salió el homenaje, para los méritos socialistas de los Altos Administradores, de un Plan Quinquenal, a la Rusa, rápidamente llevado a término.

Si el ritmo mantenido en el trienio hasta hace poco ha sido el 1 5,7 %, lo mismo en un quinquenio corresponde al incremento de la producción en el 106 %. Desde el índice cien, se debería pasar al 206. Los 200 000 millones de facturación de 1952 deberán ser 412 000 millones en 1957, y si se quiere, en 1960, los 310 000 millones de 1955 deberían ser ya 640 000 millones.

Los 250 mil instrumentos motorizados de hoy, pasarían a ser 515 mil, aún sin tener cuenta que en un año han pasado de 190 142 a 250 299, subiendo el 30,5 % (¿y como es posible que las ventas sólo suban el 14 %? ¿Los almacenes estarían repletos como en la General Motors?).

Son novecientos mil allí los coches invendidos de la producción de 1955. La G.M. tiene cinco marcas: «Chevrolet», «Pontiac», «Oldsmobile», «Buick» y «Cadillac». Cuatro anualidades de trabajo en la FIAT.

¿Cuál es la facturación de G.M. en 1955? 9924 millones de dólares, más de 6 billones de liras.
¡Veinte FIAT!
¿El personal? 557 000 unidades. Ocho FIAT.
La composición orgánica, la mecanización y el automatismo son dos veces y media la FIAT.

¿Cómo piensan detener esta marcha demente?
1) Doscientos mil despedidos en Detroit.
2) Demanda de cinco millones menos de toneladas de acero (¡y la huelga de los trabajadores del acero en manos de traidores!).
3) Un tercio de la publicidad en la televisión lo desembolsan las fábricas de automóviles.
4) «Basta con ser empleado desde hace dos semanas para poder entrar en un concesionario a pie y salir pocos minutos después al volante de un flamante coche, sin haber entregado un solo dólar de anticipo».
5) «El centro técnico de G. M. ha costado 10 millones de dólares; es un monumento al progreso». Mientras se planifica cómo arrojar a los cementerios un millón de coches nuevos, lanzan el automóvil con turbina -diseños secretos- de la «Firebird»–Pájaro de fuego.

¿Puede no demostrar la ecuación histórico-económica de este Progreso cuándo viene el nudo, la catástrofe, la Revolución, el Pájaro de fuego social?

Ahora no nos interesa establecer – volviendo a la FIAT – cuánto serán, según el plan, los dividendos de 1960, las actualizaciones de capital nominal, y su peso en valores de bolsa. Y el misterio de la automatización que avanza sólo nos permite plantear estas preguntas: ¿Cuántos obreros? ¿Cuál es su remuneración? ¿Cuántas horas semanales?

La economía burguesa sólo sabe una cosa: que todos tendrán el coche, el frigorífico, la televisión, y quizás un certificado de acciones de la FIAT.

Y otra vez haremos tantas cuentas: mejor las harán nuestros nietos.

A razón de tanta perspectiva, la economía de estilo soviético sabe (está bien claro) otra cosa: ¡que en Turín se vive en… sistema socialista, en la FIAT se produce con el… sistema socialista!

Aún más, el primer puesto del mundo soviético es lo que le espera a la joven y gigantesca industria del automóvil en Italia. El capitalismo automovilístico, sea cual sea el misterioso año de nacimiento del capitalismo italiano, es muy joven: el vehículo motorizado tiene poco más de medio siglo: dijimos en Asti que la fecha de nacimiento de la FIAT es i 899 (el capital de constitución fue de 800 000 liras, que hoy serían, al máximo, 300 millones ¡o sea una milésima del actual! Mil veces en 56 años se obtienen con el 13 % anual, que en un período tan largo es otra derrota de los ritmos rusos: desde 1899, la producción rusa sólo ha aumentado unas 400 y no 1000 veces).

La confrontación decisiva es ésta:
Plan quinquenal ruso de 1955–1960: de 100 a 170, el 12 %.
Lo mismo, realización: de 100 a 185, el 13,1 %.
Plan quinquenal ruso de 1960–65: de 100 a 165, el 11,5 %.
Plan quinquenal FIAT: de 100 a 206, el 15,7 %.

¡Gloria a la gran patria.., socialista de la industria de los motores!

Y gloria a la patria no menos grande del degenerado comunismo italiano.

Marxismo y autoridad – La función del partido de clase y el poder en el estado revolucionario

23 – ¿Quién arbitrará las divergencias?

El problema había sido anunciado al final de la primera parte, dedicada a la historia del giro en el partido ruso, en el que prevaleció (1926) la doctrina de la construcción del socialismo en Rusia antes y sin la revolución proletaria en Europa; y prevaleció con ella la corriente representada por Stalin, y entonces también por Bujarin y muchos otros, luego pasados a su vez a la oposición, y con ella caídos bajo las represiones.

Si se considera que hasta la muerte de Lenin y después, el partido siguió la justa línea histórica y política construida genialmente en largos decenios, y que culminaba en su totalitaria asunción del poder del Estado, a la cabeza de la clase dirigente guía del proletariado asalariado, con la alianza de la subordinada clase de los pequeños campesinos, como pasaje a la dictadura del solo proletariado y a la transformación socialista después del advenimiento de la victoria política y social obrera en al menos gran parte de la Europa burguesa; ¿qué es lo que explica – aquí estaba, si no la duda, el problema – cómo el partido, tan bien preparado por una tradición potente, se haya roto a favor de la tesis derrotista contrarrevolucionaria?

¿Existía una fuerza histórica, un ente, un cuerpo, que se pudiese consultar para conjurar el error y la catástrofe, dado que el engranaje del partido bolchevique, y con él el de la I.C., fallaron miserablemente, e incluso avalaron como línea ortodoxa y revolucionaria, la que luego ha sido arruinada hasta la traición y el pasaje al enemigo burgués?

En general, ¿dónde se debía colocar la dirección, la guía suprema, de la acción de la clase trabajadora en la lucha por el socialismo?

Esta cuestión había costado otras crisis y otras duras pruebas y derrotas. Esa existe desde los difíciles períodos en que la desarrollada Europa debía ser sacudida aún duramente para dar lugar, sobre las ruinas de los institutos medievales, a las nuevas formas sociales capitalistas, que no podían prorrumpir lozanas sin el oxigeno de las libertades nacionales y jurídicas.

Esa rompió una vez más a la Internacional obrera después de 1871, con el histórico conflicto entre Marx y Bakunin, entre los «autoritarios» y los libertarios, que en amplios ambientes y durante largos decenios fueron considerados el ala más resolutiva y activa del movimiento de las clases trabajadoras.

Los anarquistas admitieron, sin comprender que estaban totalmente envueltos en las nieblas de las ideologías burguesas, que todo individuo pudiese reseñar por sí mismo las vías de su acción y que, desvinculándose de todo control de fuerzas externas, resolviese implícitamente incluso el problema económico de la substracción del prestador de trabajo a la explotación patronal, «continuando» la vía burguesa que había liberado la conciencia individual de la sujeción religiosa y el derecho personal de la sujeción jurídica. Haciéndose llamar después anarquistas organizadores o comunistas (si bien para no llamar partido a su conjunto pertenecieron, en aquella célebre polémica, a la «Alianza de la Democracia Socialista», terminología muy digna de los peores agitadores políticos actuales), admitieron las uniones obreras de defensa sindical, y hablaron vagamente de futuras pequeñas «comunas» locales, formadas por espontánea y libre adhesión de los hombres de un territorio, autónomas entre sí y en todas sus relaciones.

Una clásica polémica de Marx y de Engels trituró este sistema bamboleante y demostró que la espontaneidad y la autonomía eran ideas no adherentes al curso revolucionario propio de una definida clase social, el cual se fundaba en la formación de un partido único y central por encima de las ramas de la producción y de localidades, sin que dominasen los caprichos locales y ocasionales. Explicó que, no de las conciencias, sino de las convergentes fuerzas y violencias materiales surge aquel proceso, sumamente autoritario (Engels), que es una revolución, y que jamás ella desmantelará las viejas instituciones sin instaurar un nuevo poder, un Estado, una dictadura, una autoridad.

24 – Libertad y necesidad

El opuesto dialéctico del abusado término de Libertad no es Autoridad, sino Necesidad. La sociedad humana no puede substraerse al necesario plegarse a las fuerzas materiales del ambiente, sino detrás de límites relativos, aceptándolos, conociéndolos y previendo el desarrollo de sus procesos. También en la concepción marxista existe una meta última en la que la sociedad humana se eleva sobre el reino de la necesidad, pero como un todo orgánico y coordinado, no como un montón corpuscular de arrebatos rebeldes contra quien sea y lo que sea. Aquel lejano pasaje de la colectividad humana, y no de los solos individuos, a la libertad, se persigue no abatiendo de formas aisladas pedacitos de «autoridad», formas surgidas no del prepoder arbitrario de hombres o grupitos, sino de las leyes mismas del útil curso histórico. Sujetos de una avanzadilla tal son las clases en las que se divide la sociedad, capaces de llegar a ser artífices del prorrumpir de formas siempre nuevas. En esto las revoluciones: en todas, e incluso en la proletaria de la época moderna, están en lucha, no la autoridad y la libertad, sino dos autoridades, la una contra la otra armadas.

Para el anarquista puro – por otra parte, siempre más respetable que el impuro e intrigante de bloques políticos –, Stalin, o lo que para él es igual Lenin, y Lenin igual a Kérenski o Nicolás II, después de un cierto guiño de ojos de simpatía hacia el penúltimo nombrado. El anarquista odia al Estado, y no puede comprender que nosotros lo odiamos tanto y más que él, mientras que no será él quien lo destruya.

Nosotros con Marx desde que surgió la teoría, ya precisa y definida en el «Manifiesto», ya declarada en los primeros escritos filosóficos de Marx y Engels, ya completa en la «Miseria de la Filosofía» contra Proudhon («no digáis que puede existir movimiento social sin movimiento político»), creemos por tanto en la Necesidad, que en el sentido del efecto del ambiente natural y cósmico no puede ser sobrepasado por nuestra especie, y creemos en la Autoridad, como la única vía de las formas de desarrollo de la especie misma, a la que aún le ponemos un término en el futuro, bajo determinadas condiciones de desarrollo material de las fuerzas productivas que con el desarrollo de la especie y de su tendencia a organizarse se han formado.

¿Dónde colocamos esta autoridad? Si se recurre al factor Autoridad, al factor Poder, al factor Dictadura, es necesario decir también dónde dirigirse para consultarlo, y luego seguir lo dictado (dado que la acción desconectada y sin esta guía central, a la que se reclaman los libertarios, es condenada por nosotros a la escuálida esterilidad).

Nosotros debemos enlazar la Autoridad con la clase, y excluir a todas las otras clases, aquellas que ya poseen otra Autoridad, y aquellas que con la clase dominante, en la forma de producción vigente, están ligadas directamente. Por tanto la dictadura, después de la victoria política, y la autoridad interna en el partido, antes y después, excluyen evidentemente a las otras clases. La Autoridad no surge de la consulta general, de la Democracia absoluta: pueden llegar hasta aquí incluso los anarquistas, aún dudando ante el problema: ¿es justo retirar al burgués, al propietario, al emprendedor, los «derechos del hombre»?

Nosotros pondremos un primer limite a la consulta: ella comprenderá sólo a elementos de la clase trabajadora asalariada.

25 – De la democracia al obrerismo

No es un gran paso resolver el problema de la «formación de las listas» con el empleo de una estadística o de un padrón, del que resulte la figura social o la cualificación profesional de cada uno: y si dentro de una de las circunscripciones, ya sea un lugar de trabajo o un territorio de residencia o de presencia física temporal, interrogásemos sólo a los obreros asalariados, recogeríamos probablemente una gama de resultados contrastantes entre si; y el sacar la verdad arbitral con el acostumbrado juego de una suma bruta de cifras no nos habría llevado mucho más lejos que los métodos insípidos de la democracia genérica, que es por lo demás la democracia burguesa, la que ha sido inventada (aplicándola por primera vez a todas las cabezas vivientes) precisamente para apoyarse sobre el poder de la clase poseedora y capitalista.

Son cosas muy distintas para un trabajador comportarse como un componente de la sociedad burguesa o como un componente de la clase proletaria. Como los debutantes históricos, él no ha dado todavía los pasos que lo conducirán a tomar el poder de quien le paga, como han hecho durante siglos los siervos de las familias nobles dominantes.

En muchos casos, si no en la mayor parte de ellos, era el interés económico el que hacia responder al siervo como le convenía a su señor, que lo mantenía. En los primeros tiempos del capitalismo, el asalariado de la manufactura, económicamente, ha sido elevado por el patrón emprendedor de las condiciones de siervo rural o de siervo de taller, y del mismo pequeño campesino y pequeño artesano: como efecto de la enorme potencialidad productiva del trabajo asociado respecto al trabajo aislado.

El obrero responde como componente de una clase, cuando el curso histórico lo ha ligado a los avatares de su clase en un largo periodo y por encima de amplios espacios, que comprenden las más diversas categorías profesionales y a los más lejanos compresores locales.

Una cuestión similar no puede ser resuelta, pues, con cánones jurídicos o interpelando cortes constitucionales, sino sólo en base a la historia del desarrollo del modo de producción capitalista y, más aún: con una perspectiva, establecida en doctrina, de este desarrollo futuro.

Sólo sobre tales bases los antagonismos de clase devienen visibles y operantes: el problema de la Autoridad nos lo podemos platear, no en base a la filosofía moral o de la historia, sino sólo después de haber establecido los términos de las etapas que atraviesa turbulentamente el curso de la economía capitalista universal. El error del que nos debemos liberar, particularmente insidioso, es que la brújula de la antítesis de clase se oriente en cuanto se la coloca entre un asalariado individual y su empresa, en el momento de la percepción de la nómina-paga de la semana en curso. En general, la brújula o no sé orientará, o nos indicará el Sur conservador: señalará el Norte revolucionario solo cuando el obrero del que se trata esté organizado con sus compañeros de todas las empresas y de todos los países, consigo mismo y con sus predecesores y sucesores de tiempos pasados y futuros, colocados fuera de los torbellinos del infernal y «anárquico» devenir de la economía de empresa y de mercado, donde nada está seguro y protegido, cualesquiera que sean las jactancias democráticas y asistenciales, para la comunidad de los sin-reserva.

26 – Curso económico y relación de clase

Se dan lugares y épocas en que el capitalismo favorece los intereses absolutos y relativos de sus asalariados: incluso cuando son mayores las tasas arrancadas de la periódica nómina, ya sea a titulo de beneficio para los sujetos de la clase «reservistas», ya sea a titulo de inversión privada o pública en la máquina productiva que progresa. Esta no es una rara excepción, y devendría incluso regla si la forma capitalista consiguiese demostrarnos, en él curso de una generación humana, que puede conjurar las guerras destructivas y las crisis generales de producción y de ocupación, fase en la que el huracán económico arrolla con la primera ventisca a los sin reserva, a los miembros de la clase obrera. La condena que Marx levantó contra la apropiación del plusvalor, no surge (como él dice con una de sus frases de gigante de la ciencia social) de la anatomía de las clases, de la revisión de contable de cada nómina. No se trata de una censura contable, jurídica, igualitaria, justicialista, sino de una nueva y ciclópea construcción de la historia entera.

Por tanto, este punto esencial puede ser entendido mejor después de los resultados de nuestro esbozo de historia del reciente capitalismo, de donde emerge la precariedad de todas sus conquistas, la debilidad de sus avances en la producción de los bienes, al qué siguen en períodos sucesivos, inexorables, las precipitadas caídas. En el curso general aumenta la potencia de los recursos técnicos y la consiguiente productividad de bienes y

valores a paridad de esfuerzo de trabajo. Estos recursos, en línea general progresan de decenio en decenio, al que hace eco el continuo himno de las victorias de la ciencia y de la técnica; deberían facilitar las reanudaciones, el reclamo al trabajo de los caídos en el vacío del ejército de reserva, la fabril reconstrucción de las instalaciones destruidas y la reactivación de las abandonadas. Pero una serie de factores negativos y opuestos pone a dura prueba este jactado potencial mejor del moderno industrialismo, orgullo de la época y contrapeso invocado por sus infamias, absurdos y locuras.

La población crece rápidamente colmando los mismos vacíos formados por las guerras prolongadas. Las necesidades naturales y, sobre todo, las artificiales, que las crisis y la miseria exasperan, crecen también pavorosamente. La producción agrícola no consigue mantener el paso con la industrial y no es susceptible, en la economía mercantil, de rápidas reanudaciones después de las quiebras. Las relaciones de las naciones productoras con los mercados de consumo son revolucionadas en cada guerra y desbarajustadas, y la lucha para reactivarías se hace con un derroche enorme de energías activas. Las crisis, que desde inicio del capitalismo golpeaban a un grupo de naciones tras otro, tienden, en esta fase de absurdos lazos financieros por encima de las fronteras, a alcanzar cada vez más el entero mundo dé la producción industrial. El sistema colonial imperial encuentra en cada reanudación mayores choques y resistencias.

Si nosotros tomamos en consideración las primeras crisis de la industria inglesa descritas por Marx, que se reproducían con frecuencia decenal sobre las naciones subordinadas, vemos que una rápida fase de miseria equilibraba el bloque de superproducción, y la reanudación se efectuaba sobre un campo cada vez más amplio. Poco a poco vemos que después de la primera guerra mundial, y la gran crisis de entreguerra que estalló en América, y luego durante y después de la I guerra, el desbarajuste de la economía mundial ha sido cada vez más profundo y más amplio, más lentamente superado, y los saltos empresariales y nacionales de activos y pasivos cada vez más embriagadores que en el pasado.

27 – Miseria de los riesgos crecientes

Si hemos recordado todo esto en síntesis, y en relación a la demostración establecida con los datos económicos, ha sido para demostrar que la precariedad en la que vive en la sociedad moderna el asalariado no resulta hoy tanto de su tenor de vida en los períodos en que la máquina de la producción marcha y acelera, sino en la integridad de sus condiciones de vida en largos períodos de carrera sobre el borde del abismo y de alterno precipitarse en él. Por muchos aparatos de asistencia y de seguros que pueda construir la «civilización» burguesa, es cierto que en pocos días o semanas toda protección del asalariado sin propiedad y sin ahorro, sin reserva, desaparece si llega la negra crisis y la flagrante desocupación. Muy distinta la suerte de las clases «con reservas». A propósito de la economía occidental y de su jactada progresión hacia el bienestar, la prosperidad general, pondremos en evidencia los datos económicos de la inconsistencia de las defensas para quien no posee más que el propio empleo, el puesto, el americano job, y las mismas provisiones y utensilios que tiene en su vivienda (o en la misma posesión de esta en las formas más jactadas, no detenta más que una deuda); que una crisis económico bancaria o de circulación rápidamente volatilizará apenas le haya sido rechazada su única fuente de recursos activa, el tiempo de trabajo: mientras el progreso técnico, la crecida productividad, la automatización, le cavan tal riesgo aún más profundo bajo los pies.

No nos extendemos aquí en la demostración económica, de la que sacaremos triunfantes las tesis básicas del marxismo, sino que ilustramos sólo la escala, el campo al que son más sensibles los riesgos de clase del proletariado moderno. En círculos estrechos y durante períodos especiales, estos permanecen inadvertidos, como para el proletariado inglés de los tiempos clásicos, el americano de hoy. Hemos visto estos estados capitalistas pasar como salamandras a través de las guerras, pero hemos visto también cómo los desbarajustó el huracán de i 929–32, y cómo contra la prosperity (prosperidad) del nuevo país-guía del capitalismo, los Estados Unidos, se ha opuesto después de la I guerra la dura austerity (austeridad) de la orgullosa y desbancada Albión. Estos países no vencerán siempre las guerras, y el sistema económico-financiero mundial no hará recaer siempre el juego de las crisis de anarquía productiva y distributiva en máxima medida sobre los otros estados que, como aquellos menores de Europa, todavía sufren los desastres de la última guerra.

Resulta difícil al Estado, sin embargo, obtener de los proletarios de Gran Bretaña y de América una sensibilidad a estos riesgos futuros, una reacción de clase. Hagamos votar a estas masas en un consejo mundial de asalariados, y ellas responderán todavía a favor del sistema capitalista. Nos lo atestigua la historia del tradeunionismo y del laborismo inglés, y la de las organizaciones sindicales de América ultrancistas en el conformismo, formando la base de un partido político apenas distinto de los burgueses. Y se deberá responder al acostumbrado e insidioso argumento: Allí no existen distancias sociales en aumento; no hay lucha de clase, no hay incertidumbre sobre la vida de la máquina económica.

28 – La clase se busca en otra parte

Un anticipo de este arduo punto fue la lucha de la Izquierda en la Internacional de Moscú contra la propuesta de hacer entrar al microscópico partido inglés en el Labour Parti, también sostenida por Lenin, como extrema ratio (proporción) de la caída del oleaje revolucionario europeo hacia el ocaso, que para nosotros era cierto desde 1920, y sin embargo no aconsejaba buscar apoyos ni del lado social democrático ni del sindicalista-anarquista.

En el texto del «Dialogato coi morti» («Diálogo con los muertos») hemos usado una potente cita de Lenin sobre este punto: ¿Dónde reposa la autoridad del movimiento de la clase proletaria? El no habló de número, ni de cuenta estadística, sino que recordó el apoyo en la tradición y en la experiencia de las luchas revolucionarias en los más diversos países, la utilización de las lecciones de luchas obreras de épocas incluso lejanas. El cuerpo de los trabajadores revolucionarios de todos los países, a los que él remitía a los ansiosos de consultas decisorias de difíciles problemas, como ilustramos en aquel punto, no tiene límites ni en el tiempo ni en el espacio; no distingue, en su base de clase, raza, naciones y profesiones. Y demostrábamos que no puede ni siquiera distinguir entre generaciones: debe escuchar con los vivientes también a los muertos y, en un sentido que una vez más reivindicamos no místico ni literario, a los componentes de la sociedad que tendrá características distintas y opuestas a las del capitalismo, que desgraciadamente, según las palabras de Lenin, y aquellas por él citadas de Marx, están todavía impresas en los corazones y en las carnes de los trabajadores actuales.

Esta amplísima unidad de espacio y de tiempo es dialéctitamente concepto opuesto al legado, al bloque inmundo de tantas jactancias colectivistas, que se cubren con el nombre de obreras (y mil veces peor con el de populares). Se trata de unidad cualitativa, que recoge militantes de formación uniforme y constante de todos los rincones y de todas las épocas; y el organismo que resuelve el problema no es más que uno, el partido político, el partido de clase, el partido con base internacional. El partido que retorna a las incesantes y fundamentales peticiones de Marx, de Engels, de Lenin, de todos los combatientes del bolchevismo y de la III Internacional de los años gloriosos.

La pertenencia al partido ya no se establece por datos estadísticos o por anagrafe social: ella está en relación al programa que el partido mismo se da, no para un grupo o una providencia, sino para el curso de todo el mundo del capitalismo, de todo el proletariado asalariado en todos los países.

Un modo de proceder que jamás la auténtica Izquierda marxista italiana e internacional ha lanzado, es el de contraponerse a los oportunistas (ampliamente arraigados en todas partes en la baja forma de la concepción obrerista) con la denominación de partido comunista obrero, o de los trabajadores.

Desde que con el «Manifiesto» hemos dado el salto del movimiento social al movimiento político, el partido se ha abierto también a los elementos no asalariados, que abrazan su doctrina y sus históricas finalidades; y este resultado ya secular no puede ser invertido ni cubierto con demagógicas hipocresías.

Hemos debido restablecer recientemente estos conceptos ante la deforme defensa del «Partido» y de su función, que en el XX Congreso se ha ostentado hacer en lo referente a un partido solo, el soviético, mientras para otros países se ha anunciado abiertamente ampliar aún más los flancos de las obscenas y viejas barcazas, que se llaman partidos comunistas (o de otros nombres más deformes) en Occidente, para deshacer la histórica escisión de Lenin, que correspondió a la denuncia de las degeneraciones de la II Internacional en la guerra de 1914.

Y recordamos los puntos básicos que garantizan la vida interna del partido, no de la derrota en campo abierto o de la pérdida de fuerza numérica, sino de la peste oportunista. Bastará apenas haceros una alusión.

29 – Vida interna del partido de clase

Lenin – la cita es a menudo utilizada en los últimos debates – estaba por la norma del «centralismo democrático». Ningún marxista puede discutir mínimamente sobre la exigencia del centralismo. El partido no puede existir si se admite que varios pedazos puedan actuar cada uno por su cuenta. Ninguna autonomía de las organizaciones locales en el método político. Estas son viejas luchas que ya se condujeron en el seno de los partidos de la II Internacional, por ejemplo, contra la autodecisión del grupo parlamentario del partido en su maniobra, contra el caso por caso para las secciones locales o las federaciones en los municipios y en las provincias, contra la acción caso por caso de los miembros del partido en las distintas organizaciones económicas, etc.

El adjetivo democrático admite que se decida en los Congresos, después de que lo hayan hecho las organizaciones de base, contando los votos. ¿Pero basta el recuento de los votos para establecer que él centro obedece a la base y no a la inversa? ¿Tiene esto algún sentido, para quien conoce lo nefasto que es el electoralismo burgués?

Recordaremos enseguida las garantías propuestas tantas veces por nosotros e ilustradas una vez más en el «Dialogato»;. Doctrina: el centro no tiene la facultad de mutar la que ya está establecida, desde los origenes, en los textos clásicos del movimiento. Organización: única e internacional, no crece por agregaciones o fusiones, sino sólo por admisiones individuales; los organizados no pueden estar en otro movimiento. Táctica: las posibilidades de maniobra y de acción deben estar previstas por decisiones de los Congresos internacionales con un sistema cerrado. En la base no se pueden iniciar acciones no dispuestas por el centro: el centro no puede inventar nuevas tácticas y maniobras, bajo pretexto de nuevos hechos.

El lazo entre la base del partido y el centro deviene una forma dialéctica. Si el partido ejerce la dictadura de la clase en el Estado, y contra las clases contra las que el Estado actúa, no hay dictadura del centro del partido sobre la base. La dictadura no se niega con una democracia mecánica, interna y formal, sino con el respeto de aquellos lazos dialécticos.

En un cierto momento de la Internacional Comunista las relaciones se invirtieron: el Estado ruso mandaba sobre el partido ruso, el partido sobre la Internacional. La izquierda pidió que se le diera la vuelta a esta pirámide.

No seguimos a los trotskistas y a los anarcoides cuando hicieron de la lucha contra la degeneración de la revolución rusa una cuestión de consultas de las bases, de democracia obrera u obrera-campesina, de democracia de partido. Estas fórmulas empequeñecían el problema.

Sobre la cuestión de la autoridad general, a la que el comunismo revolucionario debe referirse, nosotros retornamos a buscar los criterios en el análisis económico, social e histórico. No es posible hacer votar a muertos y vivos y a los todavía no nacidos. Mientras que, en la original dialéctica del órgano partido de clase, una operación similar deviene posible, real y fecunda, aunque sea en una dura y larga vía de pruebas y de luchas tremendas.

30 – Las mezquinas comunidades periféricas

Sobre su potente vía que busca y descubre el camino unitario de las formas de vida y de relación de la especie humana en un curso grandioso y mundial, una y otra vez el socialismo se ha hallado y se halla ante el mismo enemigo: la fragmentación, la molecularización, la ruptura en pequeñas islas de los complejos sociales y de su vida. Estas tentativas han supuesto un contrasentido frente a la grandeza misma de la revolución capitalista burguesa, la cual en su épica batalla contra las menudeces surgidas del medioevo construyó las máquinas históricas y unitarias que se llaman estados nacionales. El marxismo denunció la pretensión de universalidad de estas formaciones de la historia, y su mentirosa conquista de una unidad central; no cortando con barreras verticales entre provincias, regiones y municipios, sino cortando su construcción sobre el territorio gobernado, horizontalmente; colocando a la clase que estaba bajo el peso social contra aquella que está por encima, que tenía en el puño las palancas centrales de todo el sistema. No se propuso arrancar a ésta pedazos de su dominio de clase; sino quitarle todo el bloque ínsito en el nuevo modo de producción asociado en masas, que hacia rotar en un movimiento único la producción y la distribución de los bienes y de los servicios, cada vez más generales y complejos.

Asoció a todos los trabajadores de la nación en un bloque tan único y ceñido a su centro, como el del Estado opresor, y fue mucho más allá, tratando de formar un cuerpo único centralizado de los partidos proletarios de todos los países.

Mil ideologías cavernícolas se colocaron contra esta única vía del camino revolucionario, este único medio para salir de las tenazas del sistema burgués internacional. En la base de estas está la acostumbrada aversión de la libertad, necia sombra del engaño fundamental de la ideología capitalista, que no osando más que cubiertamente jactarse de haber unido a sus ya dispersos gobernados, se jacta también de haberlos disuelto uno por uno de seculares lazos y presiones.

La libido de la libre conveniencia caprichosa del individuo, y de su vivir para si, que todas las falaces filosofías le propinaron, tratándolo como espíritu o como carne, no como especie y como humanidad, se tradujo en la miopía, entre otras, la del limite familiar, luego del local y amor a la patria chica. En un cierto momento se trató de cambiar nombres y apellidos a la teoría proletaria llamándola no ya socialismo, sino comunalismo.

Como de costumbre, esto pretendía ser un paso a la izquierda; y se estaba enamorando de ello uno de los tantos que han tenido la desventura de hacerse pasar a sí mismos por marxistas revolucionarios: en este caso especifico se trataba del meteoro socialista con el nombre de Benito Mussolini al que hubo que darle el primero de los numerosos tirones de… cuerda.

31 – Desfile de cordiales enemigos

La crónica de la política italiana se teje de una cadena de ejemplos de estas idioteces desmenuzantes, basadas en grupitos espontáneos y en la pequeña búsqueda de intereses locales que querían para sustraerse, o se ilusionaban con sustraerse, de la tempestad de la historia nacional y mundial, con éste expediente indigno de la gran burguesía cuanto del proletariado, y propias de las mal afamadas clases pequeño-burguesas, en Italia más que en los otros sitios atacadas de individualismo, de localismo, de libertarismo y chismorreando de anarquía, pero en la carne de su carne proclives solamente para someterse como los perros y servir a la fusta de todos los poderes.

Las ediciones de esta manía han sido inagotables, todas girando en torno a un asociacionismo en grupos «libres», «espontáneos», «autónomos» en cuanto cerrados en horizontes angostos, imbeles y conformistas a toda conservación.

¿Qué otra cosa dice el mazzinianismo en sus formulaciones económicas y sociales verdaderamente infantiles, preconizando las cooperativas productoras, si incluso políticamente su república pasó por unitaria, contra la versión federal de Cattaneo? Pero en efecto, como demuestra el caso suizo, en la república unitaria burguesa, el pequeño grupo está menos ligado que en la federal bajo los famosos gobiernitos cantonales.

¿Qué otra cosa han cocinado los liberal-radicales de izquierda, descaradamente inundados por las camarillas y camorras locales del clásico unitarismo estatal del Cavour, en el inalcanzable giolittismo piamontés, forma degenerada de un Piamonte sojuzgador de pequeños estados feudales, y modelo nostálgico del comunismo de los actuales «ordinovistas», que cambian a su vez la economía comunista integral con un juego de empresas de producción locales y libres entre sí?

¿Y qué han inventado los católicos reformadores y demosociales de Sturzo, del partido popular, y de la democracia cristiana, y en general el movimiento de liberación nacional del fascismo, con sus parodias autonómicas regionales, susceptibles de un roba y calla mucho más chupón que el difamado de los centralizados y monopartíticos fascistas?

Incluso el movimiento del dannunzianismo del Fiume, enseguida desaparecido, creyó imitar las formas soviéticas con similar corporativismo de profesión, sin tener por encima una fuerza política única central.

Todos estos desvaríos de campanario y de provincia han sido siempre cortejadas por el sindicalismo de la época soreliana y por el anarquismo de los distintos grupos, que han creído siempre que al capital y al gobierno del capital se les pudiesen arrancar de las garras las víctimas una a una, y no cortándoles los ansiados gaznates de un solo golpe.

Turín vio ya el deshonor para el Partido Comunista de Livorno, al que había dado poderosa contribución con las acciones derrotistas durante la guerra y con la floreciente fracción antiparlamentaria en el seno del partido socialista de 1919, en la versión haciendista y fragmentista del movimiento de los consejos, que inducía a los obreros a dejar el partido, e incluso a dejar vivir al Estado de Roma, con tal de tomar bajo control y gestión, una por una, las empresas industriales.

Hoy, en el risible período de las elecciones comunales, verdadera borrachera drogada de localismo italiano, aflora otro movimiento que se llama «Comunidad», y sueña con bases territoriales apenas intercomunales, circunscripcionales quizás, para fundar una nueva sociedad fantasma.

En todas estas formas la característica es siempre la misma; acceden trabajadores y proletarios, campesinos, colonos, medieros, comerciantes, flácidos intelectuales de sierva disciplina a los negocios capitalistas (de éstos, ejemplo luminoso es la ruidosa pseudo ciencia urbanística, que cree que las sedes urbanísticas hayan precedido a la forma social; y no al revés) y auténticos industriales con la envoltura hipócrita de benefactores paternalistas.

Quizás durante largo tiempo todavía, las debilidades democráticas, liberales y anarquizantes que infectan esta nación, nos corromperán por todos los lados, pero nosotros, muy distintos de toda esta imbécil ralea, les arrojaremos la fórmula con la que luchamos durante y después de la primera guerra, y aceptando alegres el desafío alternante dé la dictadura negra. Unico partido que tiene por lema: quien no está con nosotros está contra nosotros; único poder para conquistar y manejar al mismo tiempo contra todas las fuerzas opuestas, contra todos los desacuerdos, incluso ideales.

Notes:
[prev.] [content] [end]

  1. Resumen de la reunión de Turín del 19–20 de mayo de 1956, aparecido en los №s 12–13–14 de «Il Programma Comunista» del mismo año.[⤒]

  2. Como justificación de la que puede parecer (pero no es) la intrusión de un cuerpo extraño entre la I y la III sesión, se escribió en el «Dialogato coi morti»:
    «Iremos más allá de la exigencia de un equilibrio de proporciones entre las diversas partes de un discurso bien preparado. Cuanto sigue repite en otra forma el contenido de la ‹tarde› de la Tercera Jornada del Diálogo con los muertos. Sin embargo, no eliminamos ni modificamos ninguna de las dos redacciones, sino en la rectificación de algunas cifras aritméticamente no rigurosas, que han sido puestas en armonía. No tiene importancia, y, hasta es una ventaja, la repetición, el bis en idem. En la reunión de Turín ha sido expuesto en forma poco distinta, en lo que concernía a los puntos indicados por los citados lectores del periódico en que el Diálogo había sido publicado por capítulos, siguiendo de cerca la que ha sido llamada por los necios, crisis del comunismo, mientras que es crisis del anticomunismo, en su ruidoso desarrollo. No habiendo pues, aquí, figura de autor, sino trabajo impersonal, que no llamamos ‹colegiado› para no usar ni siquiera de lejos la terminología de los fariseos de la época, podemos violar las normas de la Retórica, que en épocas dignas fue disciplina científica, hoy es práctica malsana de droga. La clase dominante en agonía se emplea en los templos, como el de la antigua Roma, que había levantado en epígrafe el expresivo letrero: ‹La Fogna› – ‹La Alcantarilla›».
    «Que nos perdone la sombra de Cicerón, del que han hecho traducir italianos que aún no estaban del todo maduros este pasaje solemne: ‹Hoc in omnibus item partibus orationis evenit, ut utilitatem et prope necessitatem suavitas quaedam et lepos consequatur›. Que se traduciría: ‹Este lo sea, la conexión tratada en los períodos precedentes, y como materialista histórico, entre la dignidad decorativa de una obra, y su mejor correspondencia con los objetivos prácticos, a la que hoy llaman funcionalidad] sucede también para las distintas partes de una oración, de modo que de la eficacia y casi de la obligatoria construcción de ella consigue una cierta, agradable y sabrosa elegancia›».
    «Aquí somos minúsculos obreros remachadores de clavos, no concebidos y forjados por nosotros; podemos violar los ‹módulos› estéticos que ligan las partes de la oración, pero no renunciar a volver a remachar el sumo clavo, sobre la naturaleza capitalista de la sociedad rusa: ¡Adelante, compañeros, sigamos golpeando!». [⤒]

  3. Augustae taurinorum = Ciudad de Turín[⤒]

  4. La referencia a la fuente es errónea. El número de volumen y el número de página no se refieren a la edición de las «Obras Completas», sino a la serie «Ленинистий Сборник» («Leninistij Sbornik», «Colección leninista»), volumen 4, publicado en ruso por Kámenev en 1925. Lenin escribió esta nota en marzo/abril de 1921 como parte de sus preparativos para el folleto «Sobre el impuesto en especie».
    El levantamiento de los marineros de Kronstadt, que duró desde finales de febrero hasta el 18 de marzo de 1921, fue un factor decisivo en la toma de conciencia de que había que poner fin a la política del «comunismo de guerra» para afirmar el poder obrero en la Unión Soviética. Se trataba de considerar las verdaderas relaciones de clase y cómo debía actuar el proletariado para dirigir al campesinado en la dirección del comunismo, a pesar de todo. Se trataba de una «retirada» necesaria desde el punto de vista de las fuerzas de clase para que el campesinado no se pasara a la contrarrevolución, es decir, a los Guardias Blancos.
    Stalin, que sólo utilizó esta cita para mostrar lo que no decía, naturalmente se abstuvo de mencionar la siguiente frase que Lenin había escrito en latín en su cuaderno: «Aut — aut. Tertium non datur», o — o, no hay un tercero. Por tanto, no había alternativa a la introducción del impuesto en especie y, más tarde, a la NEP si se quería mantener el poder estatal proletario en la Unión Soviética.
    La cita de Lenin se introdujo por primera vez en la cuarta edición rusa de sus obras (tomo 43, página 309) y a partir de la quinta edición en el tomo 43, página 383. Ahora también se encuentra en ediciones en lenguas extranjeras. En todos los casos, sin embargo, no hay indicios de que se modificara la cita para hacerla legible, ya que Lenin la había acortado considerablemente. Sólo en la «Leninistij Sbornik» se documentan añadidos editoriales supuestamente corregidos, como mostramos aquí:
    «10–20 лет правильн[ых] соотн[ошений] с кр[естья]н[ст]вом и обеспеченная победа в всемир[ном] масштабе (даже при затяжке пролет[арских] р[е]в[олю]ций, кои растут), иначе 20–40 лет мучений белогв[ардейского] террора.
    Aut — aut. Tertium non datur».

    En sus escritos y discursos posteriores sobre la introducción del impuesto en especie, Lenin no hace referencia explícita a esta formulación en su cuaderno, pero su significado brilla en todas partes, sólo que expresado de forma menos drástica. (sinistra.net)[⤒]


Source: «Il Programma Comunista», № 12–13–14, 1956 [Traducido en: «Las grandes cuestiones históricas de la revolución en Rusia», «El Comunista», Madrid 1997]

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